Carlos Valmore
Rodríguez
Mientras Hitler incendiaba
Londres como un Nerón transalpino, Venezuela entraba en la tercera guerra
mundial del beisbol.
El país se
mantuvo neutral en la primera, librada en agosto de 1938 entre Estados Unidos e
Inglaterra con asombroso desenlace: filicidio británico
y capitulación yanqui. También se mantuvo al margen en 1939, año uno
del yugo cubano. En septiembre de 1940 la pelota nacional, que ya había
exportado un grandeliga, amplió sus miras y traspuso los linderos de su
Hinterland bolivariano y centroamericano, que empezaba a quedarle pequeño. Se
le había abierto el apetito expansionista.
En el capítulo
tres de la Serie Mundial Amateur, la República ingresó a la ONU del beisbol.
Asistió antes, como selección, a torneos regionales, mas era la hora de darse
una vuelta por la aldea global. El 26 de agosto de 1940 la
infantería patriota desembarcó en La Habana con ganas de conquistar un planeta
desconocido.
Luis Romero
Petit, único sobreviviente de aquel equipo fundacional, recuerda que fue el
periodista Abelardo Raidi quien insertó a Venezuela en el ajedrez de las
naciones. “Antes hubo un equipo que viajó a unos Juegos Centroamericanos, pero
era la primera vez que se iba a un mundial. Fue una sorpresa para mí”, recuerda
Romero Petit con una retentiva inigualable a cinco años de cumplir el siglo.
“Yo vivía en Maracaibo, pero en 1939 viajé a Caracas a jugar beisbol con el
Centauros. Creo que fue ahí donde me vio Abelardo. Resulta que él me fue a
buscar a Maracaibo y me dijo; ‘prepárate, que te vas para Cuba a representar a
Venezuela’. Yo le respondí: ‘pero cómo es eso, voy a perder mi trabajo aquí’.
Me contestó que todo estaba arreglado, que ya había sacado el
permiso”.
A Raidi le costó
Dios y su ayuda organizar esa expedición. Había recabado más de mil dólares en
competencias de exhibición, pero faltaba plata. Logró convencer al gobierno de
Eleazar López Contreras para que sufragara la mitad de los gastos. La otra
mitad la puso la gente en colecta pública. Solo así pudieron zarpar los
beisbolistas en el vapor La Habana, que los llevaría al teatro de
operaciones.
“Lo que
conseguimos en Cuba fueron rivales muy fuertes”, apunta Romero
Petit. “Nicaragua, Estados Unidos, México, Puerto Rico. Hasta había un equipo
de Hawai, bastante poderoso y conformado por estadounidenses y japoneses”
(había también muchos nativos del archipiélago).
El protocolo de
recepción para Venezuela lo encabezó Nicaragua, un escuadrón que ya le había
ganado a su par suramericano en batallas regionales. El legendario cronista
Herman “Chiquitín” Ettedgui escribió el día antes del partido en el diario El
Universal que el zuliano Hernán Hernández, “joven, corpulento, con velocidad y
buen repertorio de curvas”, saldría como lanzador abridor del bando tricolor y que su compañero de batería sería el
también zuliano Guillermo Vento.
El 15 de
septiembre de 1940, mientras las bombas de la Luftwaffe atravesaban la niebla
perpetua de Londres y espolvoreaban muerte por toda la capital imperial,
Venezuela suspendió su cabeza sobre la pila bautismal. En efecto, Vento fue el
catcher, mas sobre la lomita se acomodó Valentín Arévalo, aunque por poco
tiempo, pues salió en el segundo episodio. La toletería nica, con jonrón de
Jonathan Robinson y triple productor de Stanley Cayasso, respaldó la
opresiva labor de su tirador José Ángel Meléndez, a quien sus enemigos ni
siquiera pudieron pisarle la segunda. “El Chino” le colgó nueve ceros al pabellón
de siete estrellas y se apuntó el triunfo por 5-0.
La reconstrucción
que hizo Ettedgui del inning inaugural de Venezuela en su trayectoria
mundialista es extensible al resto del pleito. “Meléndez lanza por Nicaragua y
le recibe Miranda. Pérez juega yo-yo, Petit fallece con globo a la izquierda,
Redondo pega un temporal por la izquierda, Guevara rolea al short y sale
forzado”. La partida de nacimiento de las selecciones nacionales en
torneos ecuménicos llevaba una derrota en el membrete. La firmaron José Pérez
Colmenares, Luis Romero Petit, Héctor Benítez
“Redondo”, Federico Figueredo, Candelario Guevara, Guillermo Vento,
Valentín Arévalo, Félix “Tirahuequito” Machado y Atilano “Inga”
Malpica como miembros principales. Al menos “Redondo” encontró consuelo al
abrir la cuenta de los hiteadores criollos en contiendas planetarias.
Pero más se perdió en la guerra. Y no era un decir. En La Habana se
hablaba de disparos y cañonazos solo en sentido figurado. En la vieja Europa
esas eran expresiones literales de una infernal
cotidianidad.
Venezuela no se
desmovilizó ante la derrota ni dijo no juego más. El siguiente contrincante se
llamaba México, un adversario que debía ser tratado de usted. Igual deferencia
merecía Rafael Kinsler, el escopetero de Cagua que venía a acaudillar el
contraataque. El 17 de septiembre, cuando la Royal Air Force hacía de la
Normandía ocupada una tea que alumbraba el Canal de la Mancha, los nativos
desataban un tardío, aunque devastador raid sobre los aztecas en el noveno acto
para ganarles 6-1 y hacerle justicia a Kinsler, que se atrincheró sobre la
colina durante nueve actos, apenas toleró dos hits y una carrera. “Kinsler se
portó”, relató Ettedgui al día siguiente en El Universal. “Estuvo enorme en la
lomita. Trabajando de manera sensacional fue deshaciéndose de los bateadores
contrarios en forma tan terminante que apenas un par de inatrapables le
conectaron en todo el desafío”.
Kinsler (“un
magnífico pitcher y un tipo muy serio”, a decir de Romero Petit) estuvo a punto
de arar en el mar Caribe. Venezuela apenas fabricó una anotación en los ocho
episodios iniciales y se atascó en las almohadillas hasta que vino el incesante
cañoneo del noveno. “El cuadro azteca se estaba defendiendo muy
bien”, escribió Ettedgui en las páginas de El Universal. “Pero cuando empezó el
noveno episodio, un carnaval de batazos saludó a los lanzamientos de Carlo
Daza, pitcher derecho de nuestros rivales, y cuatro criollos pisaron la goma.
“Inga” Malpica comenzó ese episodio recibiendo un boleto de libre tráfico. Un
toque sacrificio de Kinsler lo llevó a la intermedia y un sencillo de José
Pérez hasta la goma. Esa carrera rompió el empate, pero los siguientes
bateadores de Venezuela no se dieron por satisfechos. Petit se embasó después
de conectar un roletazo violento por segunda. Redondo se acreditó hit con
machucón al pitcher…y Vento ligó una línea incogible por el campo central para
dos carreras más”. Este rally es el certificado de origen de todos
los triunfos con la V en el pecho. Los muchachos celebraban en el estadio La
Tropical justo cuando los Stukas de Hermann Goering vaciaban sus panzas
cargadas de devastación sobre la gente y la sombra del nazi-fascismo oscurecía
medio continente.
Con el
transcurrir del torneo, y como la aviación alemana en la Batalla de Inglaterra,
Venezuela se fue diluyendo y cerró en la cuarta casilla, con balance de 5-7.
Escoltó a Cuba, Nicaragua y Estados Unidos. “Era un equipo débil, tenía muchos
jóvenes inexpertos”, explica Romero Petit. “El shortstop y la segunda base creo
que eran muy novatos para enfrentar a equipos tan poderosos como los que vimos
ahí”. La novena dirigida por Manuel “Chivo” Capote bateó poco, lanzó sin
puntería y fildeó con un bloque. “El verdadero desastre ha sido el fielding”,
declaró a la prensa el cubano Joseíto Rodríguez, uno de los integrantes del
cuerpo técnico. “Cuando uno comete un error, parece que se abriera un grifo
para dar paso a los siguientes”.
A Romero Petit le
quedó el inestimable bien de la experiencia. Y no solo a él. “Abelardo Raidi se
dio cuenta de que para ganar esa competencia tenía que llevar un equipo más
fuerte”, apunta el marabino. “Y entonces buscó mejores peloteros para el año
siguiente”. Ese era 1941, el año héroe del deporte nacional. El
experimento de 1940 fue el punto de partida, el fermento para dar con la
fórmula del campeón, la levadura que más tarde esponjaría
el orgullo patrio y el frenesí por el beisbol. “En la serie de 1940 se gestó el
triunfo del 41, pues me di cuenta de que necesitábamos más pitchers y menos
jonroneros porque el parque medía como 600 pies, nadie daba jonrones”, recordaría
Raidi 61 años después. Y en el mundo se necesitaba cordura,
pues lo
que se propagaba era el virus del odio, que terminaría en la peor tragedia de
la especie humana. Su propia existencia llegaría a la cuenta
máxima.
Box score del
primer partido de Venezuela en competencias mundiales
Nicaragua AB C H O A E
Girón
2B 3 1 0 1 3 0
Hernández
3B 4 0 0 1 3 0
Cayasso
CF 4 1 3 1 0 0
Laccayo
LF 4 1 1 1 0 0
Robinson
1B 3 1 1 16 0 0
Miranda
C 4 1 1 4 1 0
Valecillo
RF 4 0 1 0 0 0
Navas
SS 4 0 0 3 5 0
Meléndez
P 3 0 0 0 6 0
TOTALES 33 5 7 27 18 0
VENEZUELA AB C H 0 A E
Pérez
1B 4 0 1 15 0 0
Petit
3B 4 0 0 2 3 0
Redondo
CF 3 0 1 4 0 0
Guevara
LF 2 0 0 0 0 0
Figueredo
RF 3 0 1 0 0 1
Vento
C 3 0 0 2 2 1
Arévalo
P 0 0 0 0 1 1
Machado
2B 3 0 1 2 2 0
Malpica SS 2 0 0 2 4 0
R. Hernández
P 3 0 0 0 1 0
Vivas
(X) 1 0 0 0 0 0
TOTALES 28 0 4 27 13 3
ANOTACIÓN POR
ENTRADAS
C H E
Nicaragua 011 100 002 5 7 0
Venezuela 000 000 000 0 4 2
SUMARIO: Home
Runs: Robinson
Three Base Hits:
Cayasso, Laccayo
Hits a los
pitchers: A Meléndez, 4 en 9 innings, a Arévalo, 2 hits en 1/3, a R Hernández 5
en 7 2/3.
Struck outs:
Meléndez 4, Arévalo 0, R. Hernández 2.
Bases por bolas:
Meléndez 1, Arévalo 0, R. Hernández 1
Dobleplays: Girón
a Navas a Robinson. Navas a Robinson.
Carreras limpias.
Girón, Robinson, Cayasso, Laccayo. QEB: Venezuela 2, Nicaragua 3. Bases
robadas: Girón, Valecillo, Robinson.
Pitcher ganador:
Meléndez
Pitcher perdedor:
Valentín Arévalo
Jugado el 15 de
septiembre de 1940 en el estadio La Tropical de La
Habana
El Dato
La primera
carrera de Venezuela en torneos mundiales la anotó Atilano Malpica y la remolcó
José Pérez Colmenares
Dato: José
Pérez Colmenares fue el mejor bateador de Venezuela en la Serie, con 17 hits en
44 turnos (.386).
Dato: Rafael
Kinsler fue el primer venezolano en lanzar completo en un Mundial. Lo hizo ante
Hawai. Kinsler también le ganó a México dos veces
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