domingo, 10 de septiembre de 2017

Mérida está más alta que nunca

Desde su fundación en 1558, Mérida se eleva 1.600 metros sobre el mar. La crisis venezolana transmite la sensación de que ahora escaló hasta los cinco mil. Un cataclismo, ajeno a la naturaleza, parece haberla empujado hacia arriba. Ascender hasta la Ciudad de los Caballeros en 2017 se ha vuelto turismo de aventura. Todo por la enorme paradoja de un país petrolero con escasez de gasolina. Aun así, inténtelo: vale la pena. Haga de cuenta que va para la Gran Sabana: lleve todo lo que pueda con usted. Le diría que llevara pimpinas de gasolina y resuelto el problema, pero capaz y termina preso por contrabando de extracción. Si quiere otro un consejo, no suba por El Vigía. No se haga esa maldad. Un interminable regimiento de policías acostados, hoyos en el pavimento y, sobre todo, la falta de combustible hacen del recorrido por aquella vía una odisea insufrible y potencialmente peligrosa para su carro y para usted. Abundan las estaciones de servicio, mas pocas, muy pocas, surten carburante; y las que lo hacen están sitiadas por largas filas de sedientos automóviles y motos que desembocan allí porque más adelante es un albur encontrar otra abierta. “Eche en Agua Viva (Trujillo), que de aquí a El Vigía no encontrará otra operando”, nos recomendó un bombero. Como si fuera poco lo de las colas, las autoridades colean a los motoristas que les dejan para los frescos y, con un poco de suerte, se va la luz y la bomba suspende sus operaciones, dejándolo a usted colgado de la brocha. Es mucho mejor por Barinas: tampoco es que hay gasolina para derrochar, pero al menos cuenta con una excelente autopista hasta el piedemonte. Luego el ascenso por el páramo ofrece el bello paisaje y el frío de siempre. Una vez arriba, la situación mejora. Como en el resto del territorio, falta el azúcar, falta la harina de maíz y, como agravante, abastecerse de combustible, puede ser fácil o difícil dependiendo del día (la sugerencia es buscar la avenida Las Américas, donde hay mayor oferta). Además, la ciudad está un poco sucia y diera la impresión de que en algunos puntos le han dejado a los zamuros la recolección de desperdicios. Pero ya se está en Mérida y uno se lo toma con soda. A continuación, un reporte de algunos de los sitios de mayor interés. 

 El teleférico de Mukumbarí 
Es un bolsón del primer mundo entre las cumbres andinas. Es recomendable ir a comprar las entradas al llegar, porque sigue habiendo demanda. En nuestro caso, las adquirimos un sábado para subir el martes siguiente. Son baratas: 8.000 bolívares los adultos y 5.200 niños hasta doce años y personas de tercera edad (los extranjeros cancelan en dólares). Se puede pagar con punto. Son estrictos. Hay que presentar las cédulas de los usuarios. El ascenso desde la base (Barinitas) por las cuatro estaciones (La Montaña, La Aguada, Loma Redonda y Pico Espejo es muy ordenado y todo fluye. Hay atención médica en cada etapa y recomendaciones para mantenerse sano en la altura. Olvídese del viejo teleférico. Esto es otra cosa. Le hincha el pecho a la venezolanidad. Todo está limpio, hay organización, funciona. Podrían haberse ahorrado el letrero gigante que se lee en Baritinas: “En Mukumbarí no se habla mal de Chávez”. Hay a quien le gusta. Cada cabina acoge a sesenta personas, cuarenta sentadas, veinte de pie. Al llegar a cada parada, se hace trasbordo a la siguiente, sin permanencia. Es la norma general, pero hacen excepciones. El recorrido y disfrute por las estaciones se hace en el descenso y está calculado para un máximo de 45 minutos en cada una. Los temporadistas suben en grupos numerados hasta Pico Espejo y cuando se cumple el tiempo son llamados a bajar para evitar los cuellos de botella. Lamentablemente mucha gente hace caso omiso a la norma y se queda el tiempo que se le antoja, lo que complica el traslado hacia abajo, sobre todo si ocurre un apagón, que ralentiza a los vagones. No se haga demasiadas ilusiones de que en el Pico Espejo jugará con nieve como si estuviera en Chamonix. El cambio climático nos ha racionado hasta eso. Las Cinco Águilas Blancas han perdido casi totalmente su níveo y helado plumaje. A nosotros nos tocó en suerte una tímida nevada que hizo las delicias de los visitantes. Fue un momento mágico. Solo que no es como antes, cuando se acumulaba la nieve en las alturas y se hacían muñecos con ella, como en las películas. Solo el Pico Bolívar conserva glaciares eternos. Humboldt, Bonpland, La Concha, Toro y Espejo se visten de novia de vez en cuando. Es cuestión de suerte. Tiene más chance de ver los picos nevados si viaja durante los primeros días de agosto. 

 Los Chorros de Milla
 Salvo por un famélico dromedario que sigue la Nicodieta, los animales parecen gozar de buena salud. Exhiben un tigre de bengala, osos frontinos, un cóndor, pumas, monos, venados, serpientes, cerditos vietnamitas, onzas, cunaguaros, águilas, tucanes, paujíes. Sigue siendo un estupendo ejercicio subir hasta las cataratas, sello distintivo de este zoológico. Las entradas son económicas y los adultos mayores no pagan un centavo. Tampoco los niños menores de 13 años. Adentro hay variedad de puntos para “chuchear”. 

 El Reloj de Beethoven 
 Partamos del hecho de que un reloj tiene como misión primigenia dar la hora y este no la da. Las manecillas están fijas, como la estatua de Beethoven y los duendes que antes se movían cada hora bajo los acordes del gran compositor. No hay hora, no hay movimiento, no hay melodía. Lo que hay es un craso error: hace pocos años, el Gobierno quiso recuperar este símbolo de la ciudad, pero cuando refaccionaron el círculo central con las horas (expresadas en números romanos) pusieron las cuatro con cuatro I y no con una I y una V (IV), como expresaban los romanos ese número. Inconcebible. 

 La Venezuela de Antier Cuesta 25 mil bolívares la entrada general, al igual que la de Los Aleros y la Montaña de Los Sueños, pero nunca aburre. Hay nuevos estados y otros en construcción, como Carabobo. No deje de ir. Para ir a la Montaña de los Sueños es recomendable bajar de Mérida a Chiguará con el tanque lleno, porque hay poco combustible y en la vía hacia Bailadores necesita un chip para surtir. 

 Jají 
 Este típico pueblito andino estuvo desolado en esta temporada alta. Ni siquiera salieron los caballos a pasear a los niños. Lo bueno es que encuentras paz, armonía, quietud. 

 El mercado municipal 
 Sigue siendo un refugio para comer barato. Venden el levantón andino, un menjurje que supuestamente consta como de veinte ingredientes (entre ellos ojos de buey), pero que al final sabe a jugo de mora. 

 El páramo 
 Magnificente. Con sus muros de piedra, sus crestas elevadas, sus frailejones, sus lagunas. No deje de pasar por el refugio del cóndor, situado entre Llano del Hato y el pico El Águila. Allí verá a Combatiente, un noble ejemplar en cautiverio. Le explicarán en un video un tanto viejo (patrocinado por Corpoven) cómo fue reinsertada la mayor de las aves voladoras en su hábitat venezolano después de haberse extinto en los años sesenta. No deje de ir al observatorio. Trabaja de tres a seis de la tarde.

domingo, 14 de mayo de 2017

Jeter se fue a su manera

My Way  es la biografía musicalizada de Derek Jeter, letra de su autoría y melodía de Frank Sinatra. Nos habla de un hombre que, tras mucho recorrer, se acerca al final del camino, pero se marcha sin arrepentimientos porque  vivió una vida plena e  hizo lo que tenía que hacer “sin deber nada a nadie”. El número 2 inspiró el tema antes de nacer.  Parece que lo compusieron en su honor ese mágico viernes por la noche en Yankee Stadium, cuando con una línea  dejó tendidos  a los Orioles de Baltimore para despedirse victorioso de su aposento de El Bronx.
Sí, se fue a su manera.
En la homilía final  ante su feligresía, Jeter practicó dos de las grandes virtudes por las cuales el beisbol lo canonizará en 2020: responder en la hora cero y servirse de la banda opuesta, don que explotó con maestría desde novato. El cine habría convertido un podrido a la altura del séptimo inning en  pletórico misil disparado por el héroe para sentenciar la victoria postrera. No hubo que fabular nada. Jeter lo dispuso así en su testamento. Es que lo dice My Way: “planeé cada trazo de mi curso, cada paso cuidadoso a lo largo del camino. Pero, mucho más que eso, lo hice a mi manera”.  
Para coronar la epopeya que superó a la ficción, Jeter pegó hit en el último turno de su existencia y además en Fenway Park,  homenajeado por una salva de aplausos que vinieron desde donde más lo odiaban en todo el mundo. Fue Aníbal aclamado en Roma, Jerjes cargado en hombros por las calles de Esparta.
El hombre de My Way tuvo “sus victorias y su cuota de derrotas”, como Jeter. Vaya si ganó. Pegó 3.465 hits para quedar sexto de todos los tiempos en las mayores. Conquistó cinco Series Mundiales, siete campeonatos de liga, 13 banderines divisionales. Atesora el premio al Más Valioso de la Serie Mundial de 2000, el Novato del Año, cinco Guantes de Oro, cinco Bates de Plata, 14 llamados al Juego de Estrellas, nueve de ellos como titular. Dejó promedio vitalicio de .310. Representó a su país en el Clásico Mundial. En los juegos en los cuales participó, los Yanquis tuvieron 511 victorias sobre el punto de equilibrio de .500. En términos puramente individuales, no ha habido pelotero más triunfante que el hombre cuyo número 2 fue retirado la tarde del 14 de mayo de 2017, menos de tres años después de su pase a retiro. “Pensar que hice todo eso. Lo encuentro tan asombroso”, entonan a dúo el cantor  y el campocorto.
Y la inmensidad de Jeter no se elabora solo con estadísticas. Fue capaz de derramar sangre por sus Yanquis, y es literal. ¿Recuerdan cuando se empotró en las tribunas y le pegó la cara a las sillas en su afán de atrapar un foul? Solo le importó hacer el out. Y de nuevo la analogía con My Way: “La historia muestra que recibí golpes, y lo hice a mi manera”.  
Además, la naturaleza lo dotó de un sexto sentido para el juego, de la intuición de los peloteros únicos ¿O fue iluminación divina su asistencia providencial en la Serie Divisional de 2001 contra Oakland?  Y por si fuera poco tuvo la suerte de los campeones, como cuando un fly al right se volvió  jonrón por obra y gracia de un niño entrometido que con su guante de fanático le arrebató un out a Tony Tarasco en la Serie de Campeonato de 1996. Ese cuadrangular desvió el curso de la serie, condenó a Baltimore y empujó a Nueva York a su primer clásico de octubre en quince años.
Los Yanquis volvieron a ser los Yanquis con Jeter. Renacieron con Jeter y el resto del Core Four, del que era el último sobreviviente. De ahí el enorme significado de la presencia en su despedida de El Bronx de Mariano Rivera, Andy Pettitte y Jorge Posada. El retiro de Jeter, un Yanqui genésico, salido de las entrañas de la institución, representaba el fin de la última dinastía del club más ganador de las Grandes Ligas. Tal fue su envergadura que se llevó consigo “la voz de Dios”, la de Bob Sheppard, que tronó por última vez desde el más allá poco antes del teatral batazo del veterano de 40 almanaques.  
Tan glorioso y a la vez tan accesible. Recuerdo la única vez que lo entrevisté. Fue durante un spring training en el clubhouse del Legends Field, el predio primaveral de los Bombarderos en Tampa, Florida. Cuando me le acerqué temí que dijera que no tenía tiempo, o que lo tenía contado. En cambio respondió con un cordial ¡seguro!”. Pacientemente soportó mis balbuceos en inglés, que le dieron risa, al punto de decir: “Este chico necesita un traductor”.  Contestó, de buena gana, todo lo que le pregunté. Se tomó la licencia de gritarle a Bob Abreu, su compañero de equipo por entonces: “Hey, Bobby, aquí están preguntando por ti”.  
En una época cuando el deporte es industria y los atletas productos, Derek Sanderson Jeter, de Pequannock, Nueva Jersey,  es el héroe que le devuelve al juego la fibra emocional que le da el ser. Y eso vale mucho. Porque a este negocio lo mueve la pasión de los fanáticos. Sin ilusión, sin corazón, no hay millones. Y Jeter llega al alma de la gente por su carisma y entrega.
¿Derrotas? Tuvo algunas, pero pocas que mencionar, como cuenta un pasaje de My Way.  No fue Más Valioso, por ejemplo, ni campeón bate. Sufrió reveses duros, como perder la Serie de Campeonato de 2004 después de irle ganando 3-0 a los Medias Rojas. Pero afrontó todo y se mantuvo de pie como dice la canción, su canción. Dentro de seis años, siempre como en My Way, Derek Jeter expondrá su caso, el cual, estoy seguro, lo llevará a Cooperstown en su primer intento. Y será inmortal, como siempre, a su manera.
Derek Jeter no era, nunca lo fue, el mejor pelotero de todos. Pero su aura, su aire mítico, su respetabilidad, su majestad, hacen de Derek Jeter un embajador del juego, un símbolo, un personaje  irremplazable en este momento.  Hoy no hay otro como él. Se fue Jeter y cada quien lo recordará… a su manera.  
PD
Y hablando de todo, como los locos, ¿Qué actor encarnará a Jeter cuando su vida llegue a la gran pantalla? Pueden dejar aquí sus nombres.