lunes, 2 de julio de 2012

La peña nigeriana


Carlos Valmore Rodríguez
Mientras miles de venezolanos celebraban con estruendo y alborozo cada canasta de su selección en el repechaje preolímpico de Caracas  (y algunos se preguntaban porqué la mascota del torneo es un bachaco), un grupito que ondeaba la bandera verde y blanca de Nigeria se distinguía en las tribunas. Allá estaban, casi colgados del techo de El Poliedro, ligando a su quinteto con maracas multicolores. Eran alrededor de una decena y, a juzgar por el movimiento acompasado de sus manos, ensayaban algún tipo de conjuro africano que pusiera a ganar a los suyos. No les funcionó.
Pero estos nigerianos no vinieron expresamente de Lagos o Abuja a ver volar a las “águilas verdes” sobre la Sucursal del Cielo, pues viven en ella. Evans, uno de los miembros del grupo, lleva dos años en el país. Sus compañeros también residen en la capital de Venezuela. “Sí, algunos de nosotros trabajamos en  Parque Central, en la construcción de casas con la Misión Vivienda Venezuela del gobierno”, mencionaba uno de los fans del elenco visitante. Aún no dominan el castellano, pero igual saludaban a la gente que se les acercaba con curiosidad antropológica. Perdieron, pero igual salieron con una sonrisa en la cara y se fotografiaron con sus celulares. Ahora les toca Lituania, misión casi imposible. Pero para estos hombres, asirse a un cabo  que reestablece el contacto  con la patria lejana era motivo suficiente de felicidad.
Los nigerianos formaron parte del ambiente festivo que se vivió anoche en El Poliedro. El espectáculo, a menos ayer, estuvo bien organizado. Quienes llegaban en automóviles parqueaban en el estacionamiento del hipódromo y subían unos trescientos metros hasta el gimnasio cubierto. Con un eficaz trazado de sendas, delimitadas por vallas de metal, la gente iba avanzando a través de los distintos puntos de control. En un momento separaban a las mujeres de los hombres, que volvían a unirse al subir las escaleras de concreto que conducen a las entradas del edificio. Costaba conseguir un revendedor, aunque siempre los hay, pese a que La Policía Nacional vigilaba de cerca. 150 bolívares costaba la entrada de 50. El Poliedro, que languidecía, recuperó su vigor. Lo malo fue la salida de los vehículos, como siempre. El embotellamiento fue grande, pero se dejó colar con la euforia que produjo un triunfo que, en teoría, debería meter a Venezuela en los cuartos de final.  
En lo personal fue un gusto volver a El Poliedro. Creo que no iba desde mi niñez, cuando viajaba desde San Felipe a ver Walt Disney World On Ice. A no, miento. Estuve allí, como periodista, en dos actos políticos: las primeras elecciones primarias del MVR y una concentración para la Misión Identidad. Mucha dicha me causó verlo lleno y en plena recuperación de  su esencia y función original: albergar espectáculos.  En cuanto al partido, soy un lego en baloncesto, pero me pareció discreto, con bajo porcentaje de acierto en tiros de campo por parte de ambos equipos.  Lo que sí me quedó claro es que Greivis Vásquez hace diferencia. El espectador que supiera poco o nada de basket podía identificar plenamente anoche quién era el NBA de Venezuela. Él era la medida del equipo. Su racha en el último cuarto fue determinante, como también lo fueron el tapón de Pepito Romero, el tino de David Cubillán desde el perímetro y el último cuarto de Windy Graterol. Este triunfo era clave, porque se ve difícil que Venezuela pueda con Lituania, un equipo que, con Arbidas Sabonis a la cabeza, hizo pedazos a los Héroes de Portland en los Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.  
¿Se acuerdan de Sabonis, verdad? Aquel gigante de más de 2,20 metros que era la estrella del baloncesto soviético cuando la URSS se desplomó. Recuerdo haber leído un artículo sobre él en la revista Sputnik (versión comunista de Selecciones). Allí decían que a los 18 años de edad seguía creciendo y sus padres tuvieron que fabricarle una cama tamaño familiar que lo abarcara. Al desintegrarse la "CCCP", Sabonis volvió  su mirada a su patria de origen, Lituania, declarada república socialista soviética tras su ocupación por el Ejército Rojo en tiempos de Stalin. Ahora no está Sabonis en Lituania, pero hay otros basketeros, muy buenos, de élite.        

Capriles invicto


Carlos Valmore Rodríguez
No me gusta  este gobierno y quiero cambiarlo, pero hay ciertas líneas  del discurso opositor que me desconciertan. Una de ellas es el sofisma de que una de las fortalezas de Henrique Capriles Radonski es que jamás ha perdido una elección. Es una afirmación tan cierta como engañosa y aquí pienso jugar al abogado del Diablo. Hago estas reflexiones desde la independencia de criterio que me permite el no tener rol de dirigente y no pertenecer a ningún comando de campaña. Son pensamientos en voz alta.
Veamos cuál es el currículum de Capriles, el invicto. Emergió en la política en 1998 cuando, siendo un desconocido, salió electo diputado por el Zulia al Congreso Nacional en la plancha de Copei, partido que por entonces conservaba una fuerza importante en esa entidad. A decir verdad, fue poco lo que aportó el propio Capriles a ese triunfo.  Tenía 26 años de edad y apenas daba sus pinitos en la política. Poco después, como producto de un acuerdo institucional entre las fuerzas del oficialista Polo Patriótico y las de oposición, fue designado presidente de la Cámara de Diputados, el más joven en la historia en ocupar ese cargo. 
Capriles, tras hacerse sentir en el último Parlamento bicameral del siglo XX, se enrola en Primero Justicia y obtiene la candidatura de esa colectividad a la alcaldía de Baruta, bastión antichavista y donde PJ tenía mucha pegada por su condición de partido nuevo, sin lastres del pasado, opuesto a Hugo Chávez y liderado por jóvenes profesionales ubicados a la centro derecha del mapa ideológico.  No le resultaría muy difícil a su abanderado vencer a una rival como Ivone Attas, tenida por incompetente administradora y viuda del  puntofijismo. Y no lo fue. 63% de los votantes apoyaron a esta figura insurgente.  El resultado era más que previsible de acuerdo con las condiciones objetivas.
Para 2004, Capriles Radonski ya era un dirigente nacional. Su accionar durante el golpe de Estado de 2002, su posterior juicio, encarcelamiento y liberación y su condición de alto jerarca de un movimiento en crecimiento como PJ hicieron de él uno de los rostros más connotados de la oposición. Haberse quedado en Venezuela y someterse a un duro cautiverio en la Disip lo transformaron en un figura icónica, a la que Baruta ya le quedaba pequeña. Prácticamente sin oposición fue reelecto como alcalde.   
En 2008 llegó el mayor reto en la carrera política de Capriles. Aspiró a la gobernación de Miranda, controlada nada menos que por Diosdado Cabello, protegido de Chávez y quien pretendía reelegirse. A pesar del ventajismo oficial, Capriles despeinó a Cabello y le ganó por siete puntos porcentuales al Delfín (53 a 46).  No pretendo desmeritar  ese triunfo de Capriles, pero sí matizarlo y ponerlo en perspectiva. No olvidemos que, en tiempos de “revolución”, la gobernación de Miranda era un fortín de la oposición que se perdió en 2004 como consecuencia de la desmovilización de sus bases tras la dolorosa derrota en el referéndum revocatorio presidencial, solo dos meses y medio antes. Los candidatos de Chávez ganaban en todas partes, en Miranda no. Así que la victoria de un adversario del Gobierno representaba el retorno al normal comportamiento del electorado mirandino, en el que la clase media (antichavista fervorosa en su inmensa mayoría) ocupa una porción de la torta mucho más grande que en cualquier otro estado del país (sureste de Caracas, altos mirandinos, buena parte del eje Guarenas-Guatire etc). De paso, no podemos soslayar el hecho de que Capriles le ganó al chavista más detestado por los chavistas, un  hombre que había sido derrotado por las bases del PSUV en elecciones primarias y a quien el Presidente de la República impuso vía cooptación.  
¿Adónde quiero llegar con todo esto? A relativizar la afirmación de que Capriles, por ser un especialista en ganar elecciones, le agarró el “truquito” a las batallas comiciales y por eso “sabe” cómo superar a Chávez.  Cuestiono, por falsa, la percepción de que la imbatibilidad de Capriles es la prueba de que cuenta con el arrastre necesario para poner fin a 13 años de hegemonía chavista. No son el ángel ni el carisma sus principales atributos. Tiene otros. cuidado con auto engañarnos.Esta es otra liga.
Nunca antes Capriles había acometido una empresa de esta magnitud. Es ni más ni menos que la Presidencia de la República y el contrincante no es uno cualquiera. En esta ocasión HCR se enfrenta a un oponente formidable como Chávez y a todo el andamiaje del Estado; a la ventaja y al ventajismo del “candidato de la Patria”, a su hegemonía comunicacional. A la creciente dependencia del Gobierno por parte de los venezolanos y a la musculatura financiera de la  cual dispone el poder para repartir beneficios sociales que Capriles solo puede ofrecer.  Yo creo que hay un camino, pero más adelante. Yo igual haré lo mío: ir a votar por el cambio, por el castigo al despilfarro, a la ineficacia, a la corrupción, al abuso, a la arrogancia de un poder que se va haciendo peligrosamente omnímodo. Y Capriles está haciendo lo suyo: darse a conocer, presentar una alternativa más civilizada, de estabilidad, de quietud. Nos hace falta.

Otros mitos
Uno de los mitos favoritos de ciertos opinadores mediáticos es ese del “miedo” de Hugo Chávez. Según ellos, este señor está aterrado, tirita de pavor por los pasillos de Miraflores ante la inminencia del fin. El asunto es que eso lo están diciendo desde hace diez años y el fin nada que llega. Muchos de ellos decían que Rosales derrotaría a Chávez cuando sabían perfectamente que era imposible. Recuerdo claramente el cierre de campaña del Sí en el RR de 2004. Un dirigente medio de la Coordinadora Democrática, al ver la imponente riada humana que fluía por la autopista Francisco Fajardo a la altura del distribuidor Altamira, se frotaba las manos y exclamaba: “que vayan preparando las comisiones de enlace”.  Ese caballero lo decía a pesar de que tenía en la mano encuestas que advertían sobre el inminente triunfo del No. La Coordinadora contagió a las masas opositoras con el virus de un triunfalismo ilusorio y delirante y fue esa nula preparación para la eventualidad de un resultado adverso la que  sumió a su gente en la depresión que allanó el camino para que luego se perdieran las emblemáticas gobernaciones de Miranda y  Carabobo.  Esos “optimistas” al extremo de la alienación le hacen un flaco servicio a esta causa.  Se necesita entusiasmo, determinación y fervor, no mentiras blancas.   
Otra cosa, leo analistas que dicen que Capriles no necesita perfeccionar su oratoria en la campaña. El mismo candidato afirma que a él no le gusta hablar, sino hacer. Sensacional slogan para ejercer la Presidencia, una vez alcanzada esta. Pero el hecho cierto es que en este momento es candidato, no ejerce cargo ejecutivo alguno.  Es tiempo de decir, de convencer, de cautivar no de hacer. Para hacer, tendrá que decir primero. La campañas electorales entran por el oído.