lunes, 20 de abril de 2015

El discípulo de Blasini

Hace seis años, Luis Blasini descubrió un heredero. Un imberbe de 16 años de edad osó abordarlo en un Magallanes-Caracas para sugerirle ideas para reflotar a la nave, lo que equivale a decirle cómo hacer su trabajo. La identificación fue inevitable. Él mismo, siendo un cursante de abogacía cualquiera, tuvo la frescura de presentarse ante la directiva naval como el ejecutivo del mañana. En vez de sacudírselo, el recién nombrado gerente deportivo de los turcos escuchó durante nueve innings al intrépido fanático en las delirantes tribunas del estadio Universitario. “Me recordó lo fiebrúo que era yo a esa edad”, apostilla el ex coordinador de la divisa valenciana.
Desde entonces, César Collins es el discípulo más aprovechado de Blasini, el que seguirá sus pasos ahora, cuando se va. “Soy de su escuela. Mucho de lo que aprendí se lo debo a él. Soy de los que cree que siempre hay que buscar varios catchers. Estoy sumamente agradecido”, consigna el pupilo.
Collins es heredero, mas no delfín de Blasini. Acérrimo magallanero, la corriente lo arrastró hasta las costas de La Guaira, donde lo nombraron asistente a la gerencia deportiva con 21 años de edad y seis semestres aprobados en la escuela de comunicación social de la UCV. Debe ser el único miembro de una directiva de equipo en la LVBP que aún vive con sus padres. Blasini, que se precia de reconocer el talento, garantiza que triunfará. “Yo me la paso en un terreno de beisbol todos los días de mi vida. Sé reconocer cuando alguien sabe de pelota. Y César sabe”, subraya su mentor.
Todo comienza en 2009, cuando César Collins era César Bernardos, un adolescente de buena posición que quería ser beisbolista. A los 16 años, cuando los peloteros alcanzan la mayoría de edad, César recibió una beca para ir a jugar a una universidad en Estados Unidos. Tenía hasta pasaje comprado cuando una semana antes de viajar se lesionó un hombro en impetuoso deslizamiento durante un partido de categoría juvenil. Perdió la beca y el tren de pelotero partió sin él. Fue la primera intersección de su vida. “Pero yo quería seguir en el mundo del beisbol”, relata César. Sin problemas de baja autoestima, pensó que podía ser mánager sin cumplir los 18. Y lo fue con una escuadra de la liga universitaria de la UCV, donde tendría que dirigir a hombres mayores que él.     
“Al principio fue complejo porque costó conseguir peloteros que quisieran jugar en mi equipo”, admite Bernardos en su espaciosa oficina de los Tiburones. “Armamos el equipo con jugadores que no quedaron en el resto de los equipos de la liga. Dirigí dos años en esa liga. El primer año quedamos terceros entre 25 equipos, cuando el año anterior, ese mismo equipo había quedado entre los últimos”.
Este temprano éxito fortaleció su ya robusta autoconfianza, una de sus señas particulares. César fue beisbolero y desinhibido desde la niñez. A los seis años era abonado de los Leones para ver al Magallanes en Caracas y en uno de los duelos entre los eternos rivales apareció por el Universitario un almirante de la nave: Johan Santana. Un autógrafo era prioritario. “Le dije a mi mamá que no sabía cómo, pero que lo iba a conseguir”, describe la escena el funcionario de los escualos.  “Me fui a la puerta del dugout y estaba Clemente Álvarez. Le digo lo de la firma y él me contesta que baje yo y pase. No había terminado de hablar cuando bajé por mi cuenta. Lo conseguí. Desde entonces estuve bajando a la cueva y le pregunté a Pedrique, a Edgardo Alfonzo y a Jorge Cortez sobre cosas del juego que no entendía por qué se hacían”.  
Una vez encaró a un hijo de Camaleón García, que lo dirigía, luego de que lo sentara en un juego. Tras el último out, García reunió a los chamos para analizar la derrota. Bernardos tomó la palabra.   “Le dije que no sabía qué clase de beisbol jugaba él, que estábamos perdiendo porque él tomaba malas decisiones”. Contaba 13 años de edad.
Vacunado contra el temor al fracaso, César porfió en su meta de ser mánager, su vocación primigenia. Puso a su papá de coach y se presentó un problema al firmar las planillas: había dos César Bernardos, padre e hijo. “Como había que diferenciar nuestras firmas en el lineup, y yo admiraba a mi abuelo Héctor Collins, empecé a usar el Collins en homenaje a él”. Desde entonces ya no es César Bernardos, sino César Collins, que viene a ser una especie de nombre “artístico”.
Con ese nombre fundó una academia de beisbol por la cual mantuvo el contacto con Blasini, que además le había hecho pruebas cuando César se proyectaba como jugador. Blasini, scout de peloteros, esta vez fue scout de scouts. Percibió que Collins concebía el beisbol de la misma forma que él y con 18 años de edad,  y para la campaña 2012-2013, César fue contratado como scout de avanzada, un espía del beisbol que nutre de información sobre el enemigo a los oficiales que toman las decisiones. “Nosotros trabajábamos con un sistema de scouteo que, a la mayoría de la gente, había que explicárselo dos veces. César lo captó de una. Con él las cosas fluyeron porque es un muchacho de buen criterio y deseos de aprender. En sus informes leías exactamente lo que querías ver”, atestigua Blasini. Una semana de curso intensivo con Blasini y ya Collins, armado con un ipad, mandaba reportes sobre los contrarios a la oficina del Magallanes, siempre con el método que aprendió de Blasini. En esa contienda, los Navegantes ganaron su primera corona desde 2002.  
Su trabajo como scout de avanzada fue toda una yincana. Magallanes no carnetiza a sus espías y con esa cara de hijo de abonado de la segunda fila, nadie le creía el cuento del scout.  “Blasini tenía que llamar a Armando Padrino (el encargado del estadio) para que saliera a reconocer a un muchacho que era muy joven”, retrocede en el tiempo Collins.  “Para entrar al terreno tenían que autorizarme y fui conociendo al personal de seguridad”. Una incursión suya en el clubhouse del Caracas hizo que los Leones enviaran una nota de protesta a la Liga. “Yo solo quería hacerle el puente a las Águilas de Veracruz con Alex González, porque querían llevarlo para allá, pero el Caracas creía que estaba sonsacando a sus peloteros”.
Hasta entonces, la Guaira era para Collins un blanco de scouteo y una fuente en la primera experiencia periodística del joven aspirante a comunicador: la página web traslajugada.com. Hasta que, en el semestre pasado, le tocó ver una materia con Antonio José Herrera, vicepresidente de los Tiburones. “Me preguntó para qué medio trabajaba yo, porque me veía bastante en el Universitario”, recuenta Collins. “Le dije que era scout de avanzada y quedó impresionado de que hiciera eso tan joven. Conversamos bastante y al terminar la temporada me dice que había una posibilidad de trabajar con Tiburones en un cargo administrativo, el que ocupaba Manuel Rodríguez. Nos íbamos a dividir las funciones entre Alejandro Padrón y yo. El cargo es asistente a la gerencia deportiva. Debemos coordinar hoteles, transporte, pago a los peloteros, que los contratos estén firmados y en orden”.  Herrera describe su función como “el componente administrativo de la gerencia deportiva”.
Cuando se le pregunta a Herrera qué puede ofrecerle a La Guaira un muchacho de 21 años de edad, él voltea la pregunta. “No es lo que él puede ofrecernos ahorita, sino lo que puede dar en el futuro”, sostiene. “Él va a trabajar específicamente con Jimmy Meayke en el área de scouteo y desarrollo de jugadores. Él y Alejandro Padrón son el elemento coagulante de nuestra gerencia, porque están siempre en la oficina y no tienen compromisos con organizaciones de Grandes Ligas, sino con nosotros únicamente. Él ahorita es poco más que un pasante, pero queremos que Tiburones sea una escuela en la que formemos gerentes a futuro con el fin de profesionalizar las actividades del equipo. Jorge Velandia, nuestro gerente deportivo, lo entrevistó y a él le gustó mucho”.  
En su hoja de scouteo, Blasini proyecta a Collins como alguien que “va a ser muy útil a cualquier club del beisbol venezolano”. Además, le ve potencial para “hacer carrera en organizaciones de Grandes Ligas”. Pero el asunto es que Collins, más que gerenciar, quiera “manayar”. Y cree poder hacerlo en Venezuela dentro de tres años.  “Hace dos años le dije a alguien que en cinco años me veía dirigiendo en esta liga. Me quedan tres”, predice con su seguridad de siempre. “Es pronto, pero es la meta que me puse. Me trazo metas y la mayoría las he cumplido. Nadie veía factible que yo estuviera hoy aquí. No digo que sea fácil”. Por lo pronto, meterá pocas materias en el séptimo semestre de periodismo. En el primero de gerencia deportiva verá las tres marías: Alex Cabrera I, Edgmer Escalona I, Francisco Rodríguez I. Él dice que no les tiene miedo y que, si se aplica, aprobará. 

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