lunes, 4 de marzo de 2013

Proclama de Santana: "Yo no me rindo"


Carlos Valmore Rodríguez

Port Saint Lucie

Al brazo de Johan Santana todavía le faltan fuerzas. A su voluntad, le sobran. Cuatro años  en el subibajas de las lesiones no lo han hecho desmayar y su espíritu se yergue incólume: "Yo no me rindo". Un manifiesto de cuatro palabras.  Ante ustedes, Santana, el capitán de su alma.

Un lanzador sano en casi todo su trayecto por Grandes Ligas, el merideño enlazó cinco temporadas seguidas de doscientos innings entre 2004 y 2008, lapso dentro del cual promedió 229 entradas anuales, ganó dos lideratos  del departamento y se hizo el mejor monticulista del juego. Llegaron los quebrantos y de 2009 a 2012 cayó a 120 episodios por cada campaña, básicamente porque en ese tramo no completó ninguna  y una se la perdió entera.

120 capítulos por certamen están bien para un pitcher  a medio tiempo en el circo máximo, no para el ganador de dos Cy Young. Desde 2009 siempre ha terminado en lista de incapacitados, lo operaron un par de veces y tuvo una larga convalecencia  mientras sanaba la delicada cápsula del hombro izquierdo que, cuando se daña, acaba carreras.  Pero no la de Santana. Retador, se empecina en continuar y  divertirse.  "A mí no me sorprende eso", interviene su compañero de equipo David Wright, el rostro de los Mets de Nueva York .  "No me sorprende porque Johan es una buena persona. Alguien buena gente  es capaz de divertirte sin importar lo que pase, de echar broma en el clubhouse. Y ese es él. No importa si está lanzando bien o mal, si está lesionado o sano. Siempre está de buen ánimo y positivo aquí adentro".

Hasta en las rutinas más sosas, el tovareño se la pasa bien en el Tradition Field, guarnición primaveral de los Mets en Port Saint Lucie, Florida.  El sábado, en una mañana muy fría en la que provocaba quedarse en casa embojotado, Santana se recreaba lanzando largo, que no es otra cosa que intercambiar disparos con otro compañero sobre terreno plano y a una distancia variable. No hay partido, ni bateador, ni lomita  tan siquiera. La adrenalina se va de licencia en la tediosa sesión, pero de momento el hombro da es para eso. Con todo,  el venezolano sacaba ánimos para jugar a fusilar con la pelota a un fotógrafo y lanzársela tipo granada a su coach de bullpen, que huye y se oculta tras un muro. El beisbol le gusta tanto que hasta a semejante bodrio le haya el encanto.  Otro estaría preocupado y hasta malhumorado por volver a la misma página de la primavera de 2012, cuando lanzar, que es lo suyo, era una noticia. "Siempre está positivo y pensando que todo saldrá bien", observa desde su juventud el prospecto venezolano Wilmer Flores. 

"Yo no me rindo",  jura Santana. "El día que deje el beisbol lo dejaré habiendo hecho de todo, sin arrepentirme de lo que hice en el terreno. Cada vez que uno tiene la oportunidad de ponerse un uniforme y de salir a un terreno debe dar gracias y a la vez aprovecharlo al máximo. A veces los jugadores no se dan cuenta de eso. Creen que esto es eterno, que van a estar aquí toda la vida. Se creen indestructibles cuando solo se necesita una lesión o un mal año para que todo cambie".

Para animarse, Santana hace regresiones temporales que lo llevan de vuelta a los momentos en los que el beisbol era juego y nada más que juego. Claro está, se divierte. "Nunca se me ha olvidado que salí de Tovar, que iba al estadio Julio Santana con mis amigos", cuenta.  "Hay veces en las que, estando en los mejores estadios y en el mejor beisbol del mundo, llevas tu mente a esos momentos bonitos. Se trata de disfrutar el tener la dicha de ponerme un uniforme de Grandes Ligas,  disfrutar al máximo el tiempo que uno tiene aquí, sea uno, diez o veinte años de carrera. Porque en una vida ese tiempo es corto".

Santana se coloca en medio del jardín izquierdo y hace blanco en el guante del serpentinero boricua Pedro Feliciano, parado sobre la raya del left. La pelota viene y va mientras Ricky Bones, coach de bullpen, canta y mira. La única variación del ejercicio ocurre cuando Bones y Feliciano le piden que dispare sin impulso, con los pies clavados en un mismo punto.

Qué fastidio. Y Santana tiene el tupé de reírse, aún sabiendo que enfrentar bateadores, como ya lo hacen sus colegas, quedó postergado porque el brazo tiene poca batería.  

 "Es un spring training más prolongado por el Clásico Mundial. Me estoy enfocando en fortalecer el hombro y para eso hay que lanzar largo", explica.  "Yo prefiero lanzar largo que desde el montículo para fortalecer el brazo. El ángulo de lanzar cambia totalmente cuando estás en el montículo. Son muchos músculos alrededor del hombro y se están aclimatando".

"Lo más difícil es no compartir la parte de los juegos y del dugout",  reconoce. "Pero depende de cómo lo lleves. Una rehabilitación puede ser tan aburrida como emocionante. Si dejas que todo se vuelva monótono, a lo mejor te aburres. Pero si buscas la manera de divertirte, de sacarle provecho, de saber que no es nada más tu hombro, sino tu cuerpo completo el que tiene que actuar, entonces será un trabajo integral y sabes que vas a estar bien". 

En esa batalla contra las lesiones, en el codo y en el hombro, se le ha ido buena parte del tiempo con los Mets, el club al que llegó en 2008 como el Moisés que llevaría a la novena a la tierra prometida: la Serie Mundial. Él reconoce que ha sido difícil,  mas, como de costumbre, realza lo bueno. "Ha sido una trayectoria de muchos altos y bajos. De cosas buenas y cosas no tan buenas", reflexiona.  "No se ha conseguido lo que se quiso, que era llegar a los playoffs y ganar un campeonato. Hemos pasado por muchas cosas y las lesiones han estado entre las más notorias. Pero conocer la capital del mundo, vivir en ese entorno y jugar en esa categoría te enseña mucho y te da ganas de seguir trabajando. Eso lo motiva a uno".  Y él motiva a otros.  "Es un ejemplo a seguir", asegura Jordany Valdespín, uno de los peloteros nuevos de los Mets. "A pesar de todo lo que le ha pasado siempre se ha mantenido positivo, agarrado a Dios. Y eso ha dado sus frutos".

Santana carga con alegría el karma de las lesiones, pero claro, no es masoquista.  "He sabido llevarlas, aunque espero que ya no estén más ahí",  pide. Nueva broma, esta vez con Frank Francisco, antes de despedirse con cara de quien vendió de contado. Es como si nada le marchitara la alegría. Es el dueño de su destino. "Yo he sido muy entregado a mi trabajo. Tengo pasión por lo que hago", es su explicación a todo esto.  "Disfruto lo que hago y soy feliz cuando estoy en un terreno de juego".

 

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