Carlos
Valmore Rodríguez
Port
Saint Lucie
Al
brazo de Johan Santana todavía le faltan fuerzas. A su voluntad, le sobran. Cuatro
años en el subibajas de las lesiones no
lo han hecho desmayar y su espíritu se yergue incólume: "Yo no me
rindo". Un manifiesto de cuatro palabras.
Ante ustedes, Santana, el capitán de su alma.
Un lanzador sano en casi todo su
trayecto por Grandes Ligas, el merideño enlazó cinco temporadas seguidas de
doscientos innings entre 2004 y 2008, lapso dentro del cual promedió 229
entradas anuales, ganó dos lideratos del
departamento y se hizo el mejor monticulista del juego. Llegaron los quebrantos
y de 2009 a 2012 cayó a 120 episodios por cada campaña, básicamente porque en
ese tramo no completó ninguna y una se
la perdió entera.
120 capítulos por certamen están
bien para un pitcher a medio tiempo en
el circo máximo, no para el ganador de dos Cy Young. Desde 2009 siempre ha
terminado en lista de incapacitados, lo operaron un par de veces y tuvo una
larga convalecencia mientras sanaba la
delicada cápsula del hombro izquierdo que, cuando se daña, acaba carreras. Pero no la de Santana. Retador, se empecina
en continuar y divertirse. "A mí no me sorprende eso", interviene
su compañero de equipo David Wright, el rostro de los Mets de Nueva York . "No me sorprende porque Johan es
una buena persona. Alguien buena gente
es capaz de divertirte sin importar lo que pase, de echar broma en el
clubhouse. Y ese es él. No importa si está lanzando bien o mal, si está
lesionado o sano. Siempre está de buen ánimo y positivo aquí adentro".
Hasta
en las rutinas más sosas, el tovareño se la pasa bien en el Tradition Field,
guarnición primaveral de los Mets en Port Saint Lucie, Florida. El sábado, en una mañana muy fría en la que
provocaba quedarse en casa embojotado, Santana se recreaba lanzando largo, que
no es otra cosa que intercambiar disparos con otro compañero sobre terreno
plano y a una distancia variable. No hay partido, ni bateador, ni lomita tan siquiera. La adrenalina se va de licencia
en la tediosa sesión, pero de momento el hombro da es para eso. Con todo, el venezolano sacaba ánimos para jugar a
fusilar con la pelota a un fotógrafo y lanzársela tipo granada a su coach de
bullpen, que huye y se oculta tras un muro. El beisbol le gusta tanto que hasta
a semejante bodrio le haya el encanto. Otro
estaría preocupado y hasta malhumorado por volver a la misma página de la
primavera de 2012, cuando lanzar, que es lo suyo, era una noticia. "Siempre
está positivo y pensando que todo saldrá bien", observa desde su juventud
el prospecto venezolano Wilmer Flores.
"Yo
no me rindo", jura Santana. "El
día que deje el beisbol lo dejaré habiendo hecho de todo, sin arrepentirme de
lo que hice en el terreno. Cada vez que uno tiene la oportunidad de ponerse un
uniforme y de salir a un terreno debe dar gracias y a la vez aprovecharlo al
máximo. A veces los jugadores no se dan cuenta de eso. Creen que esto es eterno,
que van a estar aquí toda la vida. Se creen indestructibles cuando solo se
necesita una lesión o un mal año para que todo cambie".
Para
animarse, Santana hace regresiones temporales que lo llevan de vuelta a los
momentos en los que el beisbol era juego y nada más que juego. Claro está, se
divierte. "Nunca se me ha olvidado que salí de Tovar, que iba al estadio
Julio Santana con mis amigos", cuenta. "Hay veces en las que, estando en los
mejores estadios y en el mejor beisbol del mundo, llevas tu mente a esos
momentos bonitos. Se trata de disfrutar el tener la dicha de ponerme un
uniforme de Grandes Ligas, disfrutar al
máximo el tiempo que uno tiene aquí, sea uno, diez o veinte años de carrera.
Porque en una vida ese tiempo es corto".
Santana
se coloca en medio del jardín izquierdo y hace blanco en el guante del
serpentinero boricua Pedro Feliciano, parado sobre la raya del left. La pelota
viene y va mientras Ricky Bones, coach de bullpen, canta y mira. La única
variación del ejercicio ocurre cuando Bones y Feliciano le piden que dispare
sin impulso, con los pies clavados en un mismo punto.
Qué
fastidio. Y Santana tiene el tupé de reírse, aún sabiendo que enfrentar
bateadores, como ya lo hacen sus colegas, quedó postergado porque el brazo
tiene poca batería.
"Es un spring training más prolongado por
el Clásico Mundial. Me estoy enfocando en fortalecer el hombro y para eso hay
que lanzar largo", explica.
"Yo prefiero lanzar largo que desde el montículo para fortalecer el
brazo. El ángulo de lanzar cambia totalmente cuando estás en el montículo. Son
muchos músculos alrededor del hombro y se están aclimatando".
"Lo
más difícil es no compartir la parte de los juegos y del dugout", reconoce. "Pero depende de cómo lo
lleves. Una rehabilitación puede ser tan aburrida como emocionante. Si dejas
que todo se vuelva monótono, a lo mejor te aburres. Pero si buscas la manera de
divertirte, de sacarle provecho, de saber que no es nada más tu hombro, sino tu
cuerpo completo el que tiene que actuar, entonces será un trabajo integral y
sabes que vas a estar bien".
En esa batalla contra las lesiones,
en el codo y en el hombro, se le ha ido buena parte del tiempo con los Mets, el
club al que llegó en 2008 como el Moisés que llevaría a la novena a la tierra
prometida: la Serie Mundial. Él reconoce que ha sido difícil, mas, como de costumbre, realza lo bueno.
"Ha sido una trayectoria de muchos altos y bajos. De cosas buenas y cosas
no tan buenas", reflexiona.
"No se ha conseguido lo que se quiso, que era llegar a los playoffs
y ganar un campeonato. Hemos pasado por muchas cosas y las lesiones han estado
entre las más notorias. Pero conocer la capital del mundo, vivir en ese entorno
y jugar en esa categoría te enseña mucho y te da ganas de seguir trabajando.
Eso lo motiva a uno". Y él motiva a
otros. "Es un ejemplo a
seguir", asegura Jordany Valdespín, uno de los peloteros nuevos de los
Mets. "A pesar de todo lo que le ha pasado siempre se ha mantenido
positivo, agarrado a Dios. Y eso ha dado sus frutos".
Santana
carga con alegría el karma de las lesiones, pero claro, no es masoquista. "He sabido llevarlas, aunque espero que
ya no estén más ahí", pide. Nueva
broma, esta vez con Frank Francisco, antes de despedirse con cara de quien
vendió de contado. Es como si nada le marchitara la alegría. Es el dueño de su
destino. "Yo he sido muy entregado a mi trabajo. Tengo pasión por lo que
hago", es su explicación a todo esto.
"Disfruto lo que hago y soy feliz cuando estoy en un terreno de
juego".
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