Carlos Valmore Rodríguez
Earl Weaver, el mánager más levantisco del que se tenga
noticia, no le protestó el juego a la muerte y falleció tranquilo en alta mar.
Según la nota del Daily News, el ex dirigente de 82 años de
edad y su esposa iban de crucero por el Caribe cuando el anciano, famoso por
sus airados reproches a los árbitros de las Grandes Ligas, colapsó en su camarote
el sábado por la madrugada sin que nunca más recobrara la conciencia. Se fue
sin reclamar al otro mundo, pero la verdad es que en los diamantes jamás morirá.
El beisbol, previsivo, lo había declararlo inmortal en 1996.
A Weaver le recordarán por tres rasgos que lo definían: su
éxito (1.480 victorias en 17 temporadas arriba), sus barrigazos y bamboleos de
cabeza a milímetros de la cara del umpire (que le valieron casi 100 expulsiones)
y su desprecio por los toques de bola, el bateo y corrido y demás
manifestaciones de pelota pequeña. “Pitcheo, defensa y jonrones de tres
carreras”, era su lema. “Un adicto
a los bateadores de poder. Sus favoritos eran peloteros como Frank Robinson y
Don Baylor”, recordó Rubén Mijares, actual gerente general de Bravos de
Margarita y quien conoció bastante al pintoresco piloto de los Orioles de
Baltimore.
A ese equipo Weaver le fue fiel hasta morir, pues el viaje
en el que lo encontró la parca fue organizado por los oropéndolas. “Weaver se
yergue solitario como el más grande mánager de los Orioles y uno de los más
grandes de las mayores”, declaró a
través de un comunicado el dueño de la divisa, Peter Angelos.
Sus atajaperros con los jueces son legendarios, especialmente
con Ron Luciano. “Siempre me causó gracia cómo sacudía la cabeza en la cara de
los umpires”, recordaba en una ocasión David Concepción, el estelar torpedero
venezolano que vio desde el ring side las pataletas de Weaver durante la Serie
Mundial de 1970 entre Baltimore y los Rojos de Cincinnati. Leonardo Hernández,
que estuvo bajos sus órdenes en los Orioles, fue testigo del día cuando el mal
genio de Weaver tocó los límites de lo absurdo. “Lo botaron en los dos partidos
de una doble cartelera. Creo que eso nunca había pasado”, rememora el otrora
slugger de los Tigres de Aragua. Mijares comenta la ocasión cuando Weaver, con
gafas oscuras, le entregó la alineación a un árbitro al que le había reclamado
recientemente. “Lo expulsaron antes de comenzar el partido”, apuntó el veterano periodista. “Voy a buscar en el libro de reglas”,
le gritó al juez en una oportunidad. “Si quieres busca en el mío”, replicó el
árbitro. “No, porque no sé leer en braille”, lo aniquiló el ingenioso
mánager.
Poses para la galería, porque el Weaver real, aquende las
rayas, era un personaje jovial, querido por la gente. La prensa adoraba sus ocurrentes
respuestas. “Era aficionado al teatro”, cuenta Mijares. “Tuve la oportunidad de
presenciar esa faceta cuando era gerente del Magallanes y traje varios
jugadores de los Orioles. Compartimos dos semanas y en una ocasión, cuando
llegamos a Nueva York, el taxista lo estaba esperando con entradas para
Jesucristo Super Star”. “Es que era distinto fuera del campo”,
refiere Hernández. “Trataba bien a todo el mundo, tanto a los americanos como a
los latinos. Recuerdo una vez cuando me subieron los Orioles y él me recibió en
la oficina. Me dijo: ‘usted no
tenía nada que hacer en las menores’. Para mí fue tremendo que dijera
eso”.
Mijares presenció otra manifestación de la magnanimidad de
Weaver. “Rick Dempsey, que era el catcher de los Orioles y además ebanista,
tuvo que ir una tarde al médico y al volver al estadio no se vio en el lineup.
Entró a la oficina de Weaver y armó un berrinche. Weaver lo escuchó y luego
arrugó el lineup, lo tiró a la
papelera e hizo otro con Dempsey incluido. Su comentario fue: “El juego es a
las 7:30, no ahora. Me gusta que mis peloteros tengan esa actitud y a veces los
pruebo a ver si mantienen el hambre de jugar”. Por cosas como esas tuvo un porcentaje de victorias vitalicio
de .583, ganó cuatro campeonatos de la Liga Americana y una Serie Mundial.
Weaver estuvo muy vinculado a Venezuela. Dirigió a
Cardenales de Lara en la Liga Occidental durante la temporada 1962-1963 y fue
amigo de José Ettedgui, directivo del Magallanes y con quien jugaba golf. En
una entrevista concedida al redactor de esta nota elogió al beisbol venezolano
y a David Concepción en particular.
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