viernes, 15 de agosto de 2014

15 de agosto de 2004: el día que todavía no termina


Carlos Valmore Rodríguez
Todos lo presentíamos al despertarse el sol  esa diáfana mañana de domingo. El  15 de agosto de 2004 sería un día que viviría años. La calle latía con la energía de las fechas trascendentes que resisten el tiempo, marcan el presente y esculpen el porvenir. Un azul inmaculado  cobijó a miles de venezolanos que salieron tempranito a medirse el estreno de la democracia venezolana: el referéndum revocatorio presidencial. Y Hugo Chávez se sometía a la prueba reina de la  Constitución Bolivariana, su propia creación.  
Algo grande iba a pasar.  
Costó mucho llegar a ese momento: un golpe, tres paros, dos firmazos con sus respectivos reparos,  decenas de guarimbas, varios exiliados,  heridos y muertos. Pero, finalmente, llegaba la hora de contarse. Podían sentirse las pulsaciones de la historia. Yo, que trabajaba entonces en un periódico de circulación Nacional, sabía que me disponía a escribir un capítulo importante para  la República. ¿Qué sucedería? No se sabía.
Poco antes había cubierto el cierre de campaña del Sí (a favor de remover a Chávez) en la autopista Francisco Fajardo a la altura de Altamira. Había gente hasta donde alcanzaba la vista. “Que vayan preparando las comisiones de enlace”, se jactaba Carlos Valero,  encargado de organizar los actos de masa de la Coordinadora Democrática, ancestro sifrino de la MUD.  Leopoldo Puchi, secretario general del MAS y que no cupo en la tarima principal, abrigaba dudas. Solo, desapercibido, miró el atardecer teñido de multitud  con catalejo de sociólogo. “Chávez es como el marido maltratador que convence con flores  a la mujer (el país) porque es él quien le da nota a ella”, comentó.  “Y nosotros somos el tipo bueno que quiere rescatarla y le ofrece una mejor vida, pero que a ella no le gusta. Capaz  y ganamos, pero esa es la verdad”.
Las encuestas justificaban su escepticismo: las últimas que llegaron a los medios daban cuenta del avance del No, que  ganaba terreno y se posicionaba como opción de triunfo gracias al impacto social de las Misiones. Solo que los dueños de las empresas informativas no se lo advirtieron a sus usuarios, que fueron a las ánforas con la certeza de que el triunfo estaba escrito y sería aplastante.   
Debo decir que, durante buena parte del día, yo también lo creía. Me tocó hacer plantón en el Caracas Hilton, sede del comando Maisanta, como llamó Chávez al estado mayor en la llamada “Batalla de Santa Inés”.  Fui a perder el tiempo. Sacar el carómetro era inútil porque no había caras. Alguien dijo, cerca del mediodía, que Willian Lara, entonces diputado a la Asamblea Nacional, iba a traer unos exit poll. Nunca apareció. Sí me llamó la atención que, a eso de las once de la mañana, un periodista de un medio del Estado le decía a alguien por celular: “Hay que neutralizar la matriz de opinión que están poniendo a circular los escuálidos de que van ganando”. Mientras tanto, reportes provenientes de la Quinta Unidad, cuartel de la oposición, nos hablaban de jolgorio por adelantado. 
Eran alrededor de las cinco y media de la tarde cuando el Comando Maisanta se dignó a pronunciarse con voceros de segunda línea. Dieron la cara la periodista Maripili Hernández y el militar retirado Jesse Chacón Escamillo, director de la Comisión Nacional de Telecomunicaciones (Conatel). A Maripili la conocía porque compartimos aula en una maestría en historia de la Universidad Católica Andrés Bello y por eso me atreví a preguntarle qué estaba pasando. “Ganamos”, dijo con una sonrisa poco convincente. Y el pronunciamiento ante los reporteros que vino a continuación la hizo aún menos creíble. “Le demostramos a la oposición que la Constitución existe”. “Hoy ganó la democracia”. Parecían los mensajes cifrados de un perdedor, por más que cerraron la intervención con un llamado al pueblo al Palacio de Miraflores. Aún más sintomático era el patético llamado del diputado Juan Barreto a los chavistas desde los estudios de Venezolana de Televisión: salgan, Catia todavía no ha votado.
Con esa percepción me fui del Caracas Hilton en dirección al periódico. Pero antes quería consultar con alguna fuente de la Coordinadora y llamé a Julio Borges, con quien siempre tuve un trato cordial. “Vamos ganando”, respondió a su vez el jefe de Primero Justicia, para luego añadir una intrigante coletilla: “Pero no hemos alcanzado el quórum”. El quórum es la cantidad mínima de votos necesarios para revocar al Presidente. No bastaba que el Sí fuera más que el No. Según la Carta Magna, para que un jefe de Estado sea revocado deben  sufragar en su contra tantos o más electores que los que lo respaldaron en los comicios que lo llevaron al cargo.  En el caso de Chávez, el quórum requerido era de 3.757.773 electores, que fue lo que obtuvo el gobernante en el proceso de relegitimación postconstituyente de 2000.
Me olió a gato encerrado. Con la gigantesca participación ciudadana, evidenciada en  colas de ocho horas, resultaba inverosímil que a las seis y media de la tarde la opción a la delantera no hubiera llegado a 3,7 millones en un universo de 14.037.900 convocados a decidir. ¿Cómo explicar que la opción en ventaja no hubiera completado ni siquiera el 25% de los votos emitidos a una hora cuando muchas mesas ya debían estar cerradas? “Es que hay muchos cuellos de botella”, fue la explicación de Borges. Algo no encajaba.
Y encajó menos cuando mi jefe en el diario me mandó a recorrer Catia en búsqueda de supuestos tiroteos en centros electorales iniciados por grupos de choque del chavismo. En el 23 de Enero la rumba era trancada. Cientos de hombres, mujeres y niños se volcaron a las vías con carteles del comando de Chávez. Era obvio que esa gente manejaba otra información. La misma, por cierto, que manejaban en el despacho del alcalde del municipio Libertador, Freddy Bernal, y que compartía a través de un megáfono mientras recorría la zona arriba de un camión. “La BBC de Londres nos da ganadores con 60% de los votos”, exclamaba. “Pero sigan en las colas, compatriotas. No se muevan de allí. Camaradas, vamos a llevarles frutas y bebidas a quienes aún esperan para votar”.
En el periódico llovían las versiones, ninguna coincidente. Y así pasamos al 16 de agosto sin saber si Chávez seguiría al frente o no. Para conocer un testimonio de primera mano llamé al diputado ex chavista José Luis Farías. Me dijo que no sabía nada, que estaba durmiendo. El país en ascuas y él, un dirigente político, un parlamentario muy activo, roncaba. Creo que estaba despierto y prefirió no hablar.  Avanzaban las horas y como a las dos de la mañana entró la cadena del Consejo Nacional Electoral para emitir el primer boletín a cargo de su presidente, Francisco Carrasquero. “Opción No: 59 %. Opción Sí: 40,6%”.
A los pocos minutos, Hugo Chávez salió a su balcón favorito de Miraflores a cantar a capela el Himno Nacional y rugir: “Ganó el Nooooooooooooo”. Ya se había despejado la primera incógnita: el resultado. Faltaba la segunda: si la oposición lo reconocería. A esa hora, por suponerlo de pie, localicé al diputado de Acción Democrática Edgar Zambrano. Atendió. Le pregunté si había visto el boletín del CNE. Me dijo que sí. Le repregunté qué información manejaban los observadores internacionales: la Organización de Estados Americanos, la ONU, el Centro Carter, a cuya validación condicionaba la Coordinadora su aceptación del dictamen oficial. “Tienen números parecidos a esos”, replicó con voz cavernosa.
La nota que escribí sobre el discurso de Chávez apenas si llegaría al centro de Caracas. Pero las consecuencias de lo que había sucedido en esas 24 horas alcanzarían a varias generaciones de venezolanos. Cuando salí del periódico, a las 6:00 AM, el sol había vuelto a salir. Era el nacimiento de una nueva etapa:   la de la consolidación del chavismo como hegemonía y del poder absoluto de Hugo Chávez. Esa mañana fue radiante para muchos y el inicio de una larga noche para otros, que no están seguros si amanecerá otra vez. El 15 de agosto de 2004, todavía no termina. 


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