Carlos
Valmore Rodríguez
El
traumático chasco venezolano en el primer Clásico Mundial de Beisbol dejó
heridas profundas y graves secuelas. Peloteros alzados contra
directivos. Jugadores atacados por jugadores. Gerentes derrocados por la tropa.
Estrellas automarginadas de la selección. Cundió una sensación de desbandada.
El representativo nacional que participaría en la segunda edición del torneo iba
cual bólido a ninguna parte, o al menos así parecía. El público, defraudado,
descreía.
Si
fracasamos en 2006 con lo mejor que teníamos, ¿Qué podemos esperar en
2009 sin Johan Santana, sin Carlos Zambrano, sin Víctor Martínez, sin Rafael
Betancourt, sin tantos otros que uno a uno se apeaban del equipo? La
pregunta se la formulaban muchas personas. ¿Cómo vamos a ganar con Sojo
de mánager otra vez? Interrogaban otros con angustia existencial. La borrachera
triunfalista de 2006 pasó y solo quedó la resaca. De ahí que las
expectativas de la afición descendieran hasta la Fosa de las Marianas. Algo de
bueno tenía eso: el grupo llegó con mucha menos presión, aunque sin
derrotismo. “Ya estoy cansado de que me repitan eso del 2006. Estamos aquí, en
el presente, y vamos a tratar de ganar esto”, comentó con gesto grave Miguel
Cabrera, mutado ya en uno de los mejores bateadores del juego. Ese “Vamos a tratar” contrastaba con el
“no ganar sería un fracaso”, emitido por Omar Vizquel tres años antes. El cambio de discurso, y hasta de
actitud, se veía a leguas. Uno de los peloteros reconoció que hubo exceso de
confianza en 2006 y que eso no se repetiría.
“Más
preparación”, pidieron estrellas como Cabrera, Magglio Ordóñez y
Carlos Guillén en marzo de 2008, un año antes del Clásico. El fogueo como
panacea, como vacuna contra la recidiva del fracaso. “Deben ser como 15 días de
entrenamiento antes de comenzar el campeonato”, acotó Ordóñez. MLB le concedió
a Venezuela tres partidos de calistenia, de los cuales perdieron dos. A Sojo no
le mortificaron las dos derrotas, antes bien se alegró porque notó que sus
dirigidos hicieron mejores contactos que en la previa de 2006. “Hay un cambio
radical”, percibió. “Esa vez, hasta en la práctica se quejaban los
peloteros. ‘Estoy atrás, me estoy ñameando, no veo la bola bien. Aquí se
ve que están plantados”. El dirigente mantenía la confianza. “Nosotros no
vinimos al Clásico Mundial de Beisbol a manguarear, sino a ganar. Estamos
listos para la pelea”, declaró en rueda de prensa un día antes de la voz de
playball en el Rogers Centre de Toronto.
Venezuela
partía contra Italia, un adversario de menores recursos. Carlos Silva recibió
la asignatura de desecar a los europeos. Sojo anunció que lo relevaría Félix
Hernández, el pitcher número uno del equipo. Medio país alzó la ceja.
¿Desperdiciar a uno de los mejores tiradores del beisbol usándolo como relevo
ante una alineación AAA? El piloto explicó que los Marineros de Seattle
lo ataron de manos y le obligaron a usar a su as ese día para que el diestro
siguiera el plan de entrenamiento que dejó a medias al abandonar el campamento
primaveral de los nautas. “Lamentablemente no puedo controlar eso. Son
peloteros que están bajo supervisión de Major League Baseball”, puntualizó.
7-0
claudicó Italia ante una Venezuela que hizo casi tantas carreras esa
noche como las que confeccionó en los tres lances de segunda ronda
jugados en San Juan durante 2006 (10). Ahora venía Estados Unidos, con Derek
Jeter, Kevin Youkilis, David Wright. 15-6 ganaron los gringos. Adam Dunn le dio
un jonrón a Iván Blanco con fuerza suficiente para agujerear el domo del Rogers
Centre. El bullpen alternativo de Sojo se vio claramente rebasado. Lo
rescatable del revés es que la Vinotinto siguió bateando: 13 hits le sonaron al
mejor cuerpo de lanzadores que había en el CMB.
Y si le
hicieron eso a Roy Oswalt y compañía, sospecharán lo que el destino le deparaba
a Italia en una segunda puja por alcanzar la próxima estación. Tras un quinto
inning de cuatro cuadrangulares, decisivo en el 10-1 final, el pabellón de ocho
estrellas ondearía en Miami; no sin antes cobrarle la paliza a Estados Unidos
con un 5-3 que se adjudicaron los subestimados relevistas venezolanos, que sin
ser bigleaguers se dieron a respetar. Jean Granados, Iván Blanco, Carlos
Vásquez y Orber Moreno se aunaron para 4.1 entradas y apenas dos carreras.
Venezuela
clasificó a pesar de graves dislates en sus comunicaciones internas. Sojo creía
poder usar indiscriminadamente a los lanzadores que no estuvieran en la órbita
MLB. Las reglas lo contradecían. A Sojo le informaron que órdenes expresas de
Seattle le obligaban a desperdiciar a Félix Hernández contra Italia. El gerente
general de los Marineros lo negó categóricamente, lo que generó una minicrisis
entre el mánager y los medios. “Ah bueno, entonces se supone que Enrique Brito
no habla inglés”, ironizó el petareño, en alusión al gerente deportivo de
la selección, que aseguró haber hablado con el almirantazgo de Seattle. Hubo
días en los cuales Sojo y el coach de pitcheo, Roberto Espinoza, mandaban
mensajes cruzados. Para colmo, el comité organizador no envió a los scouts de
avanzada a vigilar a potenciales adversarios en la siguiente instancia. Estos
se quedaron esperando instrucciones que no llegaron. Lo que sí funcionó
fue la logística; los familiares de los peloteros recibieron sus entradas y
ningún jugador cenó en Burger King.
Como aquel
día de los abucheos a Robert Pérez en Disney, el regocijo del triunfo se
eclipsó porque un miembro del batallón patrio cayó abatido por fuego “amigo”.
Esta vez le tocó a Magglio Ordóñez,
acribillado a silbatinas por los fanáticos venezolanos en Miami a causa de su
filiación política. Triste espectáculo que los cronistas de otros países no
entendían. 3-1 se impuso Venezuela a Holanda al inicio de la segunda fase con
gran trabajo de siete innings de Carlos Silva, quien en vez de hablar de eso
tuvo que salir en defensa de su compañero. “Lo que es con él es con todos
nosotros”, manifestó. Algunos de los peloteros, que a diferencia de Magglio no simpatizaban con el Presidente Hugo Chávez,
le hicieron un curioso desagravio al falconiano. Lo rodearon y gritaron: “Magglio sí, Chávez no”.
Puerto
Rico era un aristócrata venido a menos en el beisbol, pero conservaba el título
nobiliario y algunas posesiones nada despreciables. Carlos Beltrán, Carlos
Delgado, Iván Rodríguez, Yadier Molina. Ellos noquearon a Estados Unidos
y aspiraban a hacer lo propio con Venezuela, que iba por el pasaje a
semifinales con Félix Hernández sobre el montículo del Dolphin Stadium. El
futuro Cy Young sacó cuatro ceros y el relevo intermedio sirvió de efectivo
enlace entre el abridor y el cerrador Francisco Rodríguez para un blanqueo de
2-0 en el que un maltrecho Ramón Hernández la botó y Carlos Guillén trajo la
otra. Un extraordinario partido, bregado, bien jugado, emocionante. Para juegos
así crearon el Clásico Mundial. El estadio de los Marlins, de ordinario un
mausoleo, tomó vida con aquel debate de buen beisbol.
Inextinguible
el recuerdo del segregado Carlos Vásquez, que en papel de David apuntó
con su honda a la frente del Goliat Carlos Delgado y lo derribó con una curva
que el paleador falló a lo grande. “Salí agresivo porque ese era el out que
podía salvar al equipo”, dijo el taciturno siniestro al ser interrogado sobre
cómo un clase A como él, dejado libre al término de 2008, le pudo a un monstruo
de las Grandes Ligas.
Con ese
triunfo, Venezuela derrotó al fracaso y lavó el honor mancillado en 2006. El
país sería uno de los cuatro grandes del planeta y hacía podio en un torneo
mundial de pelota por primera vez en casi cuatro décadas. Sojo y sus
beisbolistas expiaron el pecado original y abonaron, además, otra victoria
(10-6) sobre Estados Unidos para quedar como cabeza de grupo en la fase dos. En
alas de su estupendo pitcheo en Miami (7 carreras encajadas en tres compromisos),
la selección voló a Los Ángeles a protagonizar una película taquillera. A
Toronto había llegado como actor de reparto.
Corea del
Sur también asistió a la audición semifinal con el propósito de arrebatarle el
papel estelar a los latinoamericanos. Sojo desconocía a sus jugadores, casi
todos figuras en el beisbol, pero de Asia. “Sé que hay tres Kim, dos Park
y dos Lee”, fue el reporte de scout que brindó Sojo cuando se le preguntó por
el adversario en semifinales. El piloto no quería saber mucho más, pero sí dijo
que Corea era peligrosa, la más peligrosa de la otra llave porque los coreanos,
como todos los asiáticos, manejaban los fundamentos.
Dicho
esto, la cuenta daba: un grandeliga surcoreano contra 19 de Venezuela.
Uno de
esos 19 abriría contra los orientales. Tenía que ser el mejor. Y el mejor, para
Sojo, se apellidaba Silva en vez de Hernández. “Es el mejor pitcher que tengo.
Es el que mejor ha lanzado en el torneo. No tengo ninguna duda de que Carlos va
a tener éxito”, subrayó en la antecámara de la final.
Venezuela
salió a la grama del Dodger Stadium como la escuadra con más imparables
(76), dobles (20), triples (4) extrabases (36) y bases alcanzadas (140) en el
torneo; el elenco con la tercera con mayor cantidad de anotadas (43, 6,14 por
encuentro) e impulsadas (40), la segunda en bambinazos (doce) y slugging
(.569), la tercera en OPS (936) y también en promedio colectivo (.309). Y
además, su cuerpo de monticulistas ostentaba la cuarta mejor efectividad entre
los contingentes que alcanzaron la segunda ronda, con 3.57, y la segunda ración
más generosa de ponches propinados (50). Con cinco lauros al hilo, y una sola
derrota, la Vinotinto parecía el equipo a vencer.
Pero cayó
vencido, y horriblemente.
Nada
bueno se puede esperar cuando Silva, un mayorista de strikes, comienza un
partido con boleto. Tampoco cuando a un Guante de Oro como Bob Abreu se le cae
un fly. Al concatenarse rarezas así recomiendan buscar las zonas
altas. El jonrón de tres carreras en el primer inning de Shin Soo Choo, justo
el único bigleaguer coreano, revolcó a Venezuela como una ola colosal. Los
criollos perdían 5-0 sin haber ido ni una vez al home. A Silva le dieron más
palo en el acto dos y los venezolanos ya no pudieron levantarse camino a un
doloroso 10-2. Hasta ahí llegó la historia. Y Félix volvió a lanzar…. en el
spring training de los Marineros. Desde entonces, espera su hora.
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