Carlos Valmore Rodríguez
Mientras miles de venezolanos celebraban con estruendo y
alborozo cada canasta de su selección en el repechaje preolímpico de
Caracas (y algunos se preguntaban
porqué la mascota del torneo es un bachaco), un grupito que ondeaba la bandera
verde y blanca de Nigeria se distinguía en las tribunas. Allá estaban, casi
colgados del techo de El Poliedro, ligando a su quinteto con maracas
multicolores. Eran alrededor de una decena y, a juzgar por el movimiento
acompasado de sus manos, ensayaban algún tipo de conjuro africano que pusiera a
ganar a los suyos. No les funcionó.
Pero estos nigerianos no vinieron expresamente de Lagos o
Abuja a ver volar a las “águilas verdes” sobre la Sucursal del Cielo, pues
viven en ella. Evans, uno de los miembros del grupo, lleva dos años en el país.
Sus compañeros también residen en la capital de Venezuela. “Sí, algunos de
nosotros trabajamos en Parque
Central, en la construcción de casas con la Misión Vivienda Venezuela del
gobierno”, mencionaba uno de los fans del elenco visitante. Aún no dominan el
castellano, pero igual saludaban a la gente que se les acercaba con curiosidad
antropológica. Perdieron, pero igual salieron con una sonrisa en la cara y se
fotografiaron con sus celulares. Ahora les toca Lituania, misión casi
imposible. Pero para estos hombres, asirse a un cabo que reestablece el contacto con la patria lejana era motivo suficiente de felicidad.
Los nigerianos formaron parte del ambiente festivo que se
vivió anoche en El Poliedro. El espectáculo, a menos ayer, estuvo bien
organizado. Quienes llegaban en automóviles parqueaban en el estacionamiento
del hipódromo y subían unos trescientos metros hasta el gimnasio cubierto. Con
un eficaz trazado de sendas, delimitadas por vallas de metal, la gente iba
avanzando a través de los distintos puntos de control. En un momento separaban
a las mujeres de los hombres, que volvían a unirse al subir las escaleras de
concreto que conducen a las entradas del edificio. Costaba conseguir un
revendedor, aunque siempre los hay, pese a que La Policía Nacional vigilaba de
cerca. 150 bolívares costaba la entrada de 50. El Poliedro, que languidecía,
recuperó su vigor. Lo malo fue la salida de los vehículos, como siempre. El
embotellamiento fue grande, pero se dejó colar con la euforia que produjo un
triunfo que, en teoría, debería meter a Venezuela en los cuartos de final.
En lo personal fue un gusto volver a El Poliedro. Creo que
no iba desde mi niñez, cuando viajaba desde San Felipe a ver Walt Disney World
On Ice. A no, miento. Estuve allí, como periodista, en dos actos políticos: las
primeras elecciones primarias del MVR y una concentración para la Misión
Identidad. Mucha dicha me causó verlo lleno y en plena recuperación de su esencia y función original: albergar
espectáculos. En cuanto al
partido, soy un lego en baloncesto, pero me pareció discreto, con bajo porcentaje
de acierto en tiros de campo por parte de ambos equipos. Lo que sí me quedó claro es que Greivis
Vásquez hace diferencia. El espectador que supiera poco o nada de basket podía
identificar plenamente anoche quién era el NBA de Venezuela. Él era la medida
del equipo. Su racha en el último cuarto fue determinante, como también lo fueron
el tapón de Pepito Romero, el tino de David Cubillán desde el perímetro y el último
cuarto de Windy Graterol. Este triunfo era
clave, porque se ve difícil que Venezuela pueda con Lituania, un equipo que,
con Arbidas Sabonis a la cabeza, hizo pedazos a los Héroes de Portland en los
Juegos Olímpicos de Barcelona 1992.
¿Se acuerdan de Sabonis, verdad? Aquel gigante de más de 2,20 metros que era la estrella del baloncesto soviético cuando la URSS se desplomó. Recuerdo haber leído un artículo sobre él en la revista Sputnik (versión comunista de Selecciones). Allí decían que a los 18 años de edad seguía creciendo y sus padres tuvieron que fabricarle una cama tamaño familiar que lo abarcara. Al desintegrarse la "CCCP", Sabonis volvió su mirada a su patria de origen, Lituania, declarada república socialista soviética tras su ocupación por el Ejército Rojo en tiempos de Stalin. Ahora no está Sabonis en Lituania, pero hay otros basketeros, muy buenos, de élite.
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