Carlos Valmore Rodríguez
No me gusta
este gobierno y quiero cambiarlo, pero hay ciertas líneas del discurso opositor que me
desconciertan. Una de ellas es el sofisma de que una de las fortalezas de
Henrique Capriles Radonski es que jamás ha perdido una elección. Es una afirmación
tan cierta como engañosa y aquí pienso jugar al abogado del Diablo. Hago estas
reflexiones desde la independencia de criterio que me permite el no tener rol
de dirigente y no pertenecer a ningún comando de campaña. Son pensamientos en
voz alta.
Veamos cuál es el currículum de Capriles, el invicto.
Emergió en la política en 1998 cuando, siendo un desconocido, salió electo
diputado por el Zulia al Congreso Nacional en la plancha de Copei, partido que
por entonces conservaba una fuerza importante en esa entidad. A decir verdad,
fue poco lo que aportó el propio Capriles a ese triunfo. Tenía 26 años de edad y apenas daba sus
pinitos en la política. Poco después, como producto de un acuerdo institucional
entre las fuerzas del oficialista Polo Patriótico y las de oposición, fue
designado presidente de la Cámara de Diputados, el más joven en la historia en
ocupar ese cargo.
Capriles, tras hacerse sentir en el último Parlamento
bicameral del siglo XX, se enrola en Primero Justicia y obtiene la candidatura
de esa colectividad a la alcaldía de Baruta, bastión antichavista y donde PJ
tenía mucha pegada por su condición de partido nuevo, sin lastres del pasado,
opuesto a Hugo Chávez y liderado por jóvenes profesionales ubicados a la centro
derecha del mapa ideológico. No le
resultaría muy difícil a su abanderado vencer a una rival como Ivone Attas,
tenida por incompetente administradora y viuda del puntofijismo. Y no lo fue. 63% de los votantes apoyaron a
esta figura insurgente. El
resultado era más que previsible de acuerdo con las condiciones objetivas.
Para 2004, Capriles Radonski ya era un dirigente nacional.
Su accionar durante el golpe de Estado de 2002, su posterior juicio,
encarcelamiento y liberación y su condición de alto jerarca de un movimiento en
crecimiento como PJ hicieron de él uno de los rostros más connotados de la
oposición. Haberse quedado en Venezuela y someterse a un duro cautiverio en la
Disip lo transformaron en un figura icónica, a la que Baruta ya le quedaba
pequeña. Prácticamente sin oposición fue reelecto como alcalde.
En 2008 llegó el mayor reto en la carrera política de
Capriles. Aspiró a la gobernación de Miranda, controlada nada menos que por
Diosdado Cabello, protegido de Chávez y quien pretendía reelegirse. A pesar del
ventajismo oficial, Capriles despeinó a Cabello y le ganó por siete puntos
porcentuales al Delfín (53 a 46).
No pretendo desmeritar ese
triunfo de Capriles, pero sí matizarlo y ponerlo en perspectiva. No olvidemos
que, en tiempos de “revolución”, la gobernación de Miranda era un fortín de la
oposición que se perdió en 2004 como consecuencia de la desmovilización de sus
bases tras la dolorosa derrota en el referéndum revocatorio presidencial, solo
dos meses y medio antes. Los candidatos de Chávez ganaban en todas partes, en
Miranda no. Así que la victoria de un adversario del Gobierno representaba el
retorno al normal comportamiento del electorado mirandino, en el que la clase
media (antichavista fervorosa en su inmensa mayoría) ocupa una porción de la
torta mucho más grande que en cualquier otro estado del país (sureste de
Caracas, altos mirandinos, buena parte del eje Guarenas-Guatire etc). De paso,
no podemos soslayar el hecho de que Capriles le ganó al chavista más detestado
por los chavistas, un hombre que
había sido derrotado por las bases del PSUV en elecciones primarias y a quien
el Presidente de la República impuso vía cooptación.
¿Adónde quiero llegar con todo esto? A relativizar la
afirmación de que Capriles, por ser un especialista en ganar elecciones, le
agarró el “truquito” a las batallas comiciales y por eso “sabe” cómo superar a
Chávez. Cuestiono, por falsa, la
percepción de que la imbatibilidad de Capriles es la prueba de que cuenta con
el arrastre necesario para poner fin a 13 años de hegemonía chavista. No son el
ángel ni el carisma sus principales atributos. Tiene otros. cuidado con auto
engañarnos.Esta es otra liga.
Nunca antes Capriles había acometido una empresa de esta
magnitud. Es ni más ni menos que la Presidencia de la República y el
contrincante no es uno cualquiera. En esta ocasión HCR se enfrenta a un
oponente formidable como Chávez y a todo el andamiaje del Estado; a la ventaja
y al ventajismo del “candidato de la Patria”, a su hegemonía comunicacional. A
la creciente dependencia del Gobierno por parte de los venezolanos y a la
musculatura financiera de la cual
dispone el poder para repartir beneficios sociales que Capriles solo puede
ofrecer. Yo creo que hay un
camino, pero más adelante. Yo igual haré lo mío: ir a votar por el cambio, por
el castigo al despilfarro, a la ineficacia, a la corrupción, al abuso, a la
arrogancia de un poder que se va haciendo peligrosamente omnímodo. Y Capriles
está haciendo lo suyo: darse a conocer, presentar una alternativa más civilizada,
de estabilidad, de quietud. Nos hace falta.
Otros mitos
Uno de los mitos favoritos de ciertos opinadores mediáticos
es ese del “miedo” de Hugo Chávez. Según ellos, este señor está aterrado,
tirita de pavor por los pasillos de Miraflores ante la inminencia del fin. El
asunto es que eso lo están diciendo desde hace diez años y el fin nada que
llega. Muchos de ellos decían que Rosales derrotaría a Chávez cuando sabían
perfectamente que era imposible. Recuerdo claramente el cierre de campaña del Sí
en el RR de 2004. Un dirigente medio de la Coordinadora Democrática, al ver la
imponente riada humana que fluía por la autopista Francisco Fajardo a la altura
del distribuidor Altamira, se frotaba las manos y exclamaba: “que vayan
preparando las comisiones de enlace”.
Ese caballero lo decía a pesar de que tenía en la mano encuestas que
advertían sobre el inminente triunfo del No. La Coordinadora contagió a las
masas opositoras con el virus de un triunfalismo ilusorio y delirante y fue esa
nula preparación para la eventualidad de un resultado adverso la que sumió a su gente en la depresión que
allanó el camino para que luego se perdieran las emblemáticas gobernaciones de
Miranda y Carabobo. Esos “optimistas” al extremo de la
alienación le hacen un flaco servicio a esta causa. Se necesita entusiasmo, determinación y fervor, no mentiras
blancas.
Otra cosa, leo analistas que dicen que Capriles no necesita
perfeccionar su oratoria en la campaña. El mismo candidato afirma que a él no
le gusta hablar, sino hacer. Sensacional slogan para ejercer la Presidencia,
una vez alcanzada esta. Pero el hecho cierto es que en este momento es
candidato, no ejerce cargo ejecutivo alguno. Es tiempo de decir, de convencer, de cautivar no de hacer. Para hacer, tendrá que
decir primero. La campañas electorales entran por el oído.
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