Carlos
Valmore Rodríguez
Edward
Mujica aprendió a lanzar antes que a
escribir y a ponchar antes que a leer. A los cinco años de edad escalaba
montículos entre los matorrales de Yagua, su pueblo natal. Le metieron por los
ojos un peto y una careta y el muchacho carabobeño los arrojó lejos de sí. Le
susurraron al oído que podía hacerse catcher y desoyó. Tentado en su juventud
para recibir envíos, su vocación era hacerlos. Privilegiado, fue lo que siempre
quiso ser: pitcher.
Como
pitcher firmó como pelotero profesional, como pitcher llegó a las Grandes
Ligas. Como pitcher está triunfando en las mayores. Era su destino. Vocación, le llaman a eso.
Hilmer
Acosta se sabe la historia completa. Él y Mujica jugaron juntos desde compotica
hasta juvenil y saltaron al mismo tiempo hacia el campo rentado con los Indios de
Cleveland. El padre de Acosta, Freddy, fue uno de los primeros entrenadores del
cerrador de los Cardenales de San Luis, que lleva 19 salvados en igual cantidad
de intentos y está por hacerse el sexto venezolano en rescatar al menos veinte
partidos en una contienda de la gran carpa.
Hilmer
y Edward empezaron en la escuela de
beisbol de la empresa de alimentos Heinz
ubicada en San Joaquín, estado Carabobo. A Mujica lo
llevó su papá, Omar, un mecánico de mantenimiento que trabajaba en la planta de
cauchos Pirelli en Guacara y a quien el deporte no le era ajeno, pues fue
ciclista amateur. Cuando llegaron a la categoría infantil (diez años de edad)
Javier Flores, padre de uno de los compañeritos de Mujica, decidió crear su
propio equipo de pelota, los Springs, bautizado así en honor a la tienda de
auto repuestos que Flores regentaba en el Big Low Center de Valencia. “La mamá
de Omar, Olga, que era costurera y ama de casa, nos hacía las eslayeras (prenda
que sostiene la copa que se usa en el beisbol para proteger los genitales). Así
colaboraba con nosotros”, rememora Hilmer Acosta.
Campeón desde chiquito
Cuando
apenas jugaba la categoría En infantil, Edward logró el primer título de su carrera como
beisbolista: campeón nacional, conquistado en el estadio Independencia de
Puerto Cabello. “Fue campeón pitcher,
campeón ponches, campeón en efectividad, campeón en juegos ganados. Lanzó en
siete juegos y ganó los siete”, recuerda Héctor Pinto, “El Loro”, uno de sus
entrenadores. “La velocidad era
endemoniada. A los diez años le dije que se perdía de vista”. Freddy Acosta, su piloto en aquella justa y
que lo conocía desde niño, notó rápidamente que el yagüero había nacido con
aptitudes especiales. “Generalmente en las categorías menores los mánagers
dirigen los lanzamientos de los pitchers. Pero él le decía a uno: ‘déjame
solo’. Además, sobresalía por su tamaño y su buena velocidad. Por eso era el
lanzador de los partidos importantes”,
refiere Acosta. De paso, ya mostraba un rasgo distintivo de Mujica hasta
el presente: el control. “Donde se la pedían, allí la ponía. Siempre estaba
montado y tenía buen comando. Era un lanzador. No un tirapiedras”, cuenta
Acosta. “Nunca fue bolero”, reitera “El Loro”.
Cuando
Mujica pasó a prejunior cambió de divisa. Ahora formaba parte de la escuela de
beisbol que creó Henry Quiroz en la embotelladora de la Owens Illinois situada en Los Guayos, estado
Carabobo. Eso fue hacia los años 1994-1995.
“Allí también quedó campeón”, advierte Pinto. “Lo hizo como refuerzo”,
precisa Hilmer Acosta. “Se lo llevó el equipo de Los Primos, que era nuestro
archirrival”. En junior, su repertorio ya había crecido. “Tenía una bola de tenedor y como los
umpires no sabían qué era no se la
podían prohibir”, comenta “El Loro” Pinto.
“También lanzaba slider, sinker. Era un pitcher muy inteligente. Sabía
lo que hacía”.
“Eso
de inventarse lanzamientos, como está pasando ahorita en Grandes Ligas, siempre
lo hizo él”, refiere Hilmer Acosta. “Tiraba
un split finger, que nadie la lanzaba en junior. Tenía la ventaja de que sus
manos y dedos eran muy grandes. Metía la
pelota entre los dedos y hacía lo que
quería con ella”.
Hacia el profesional
La
tupida maraña de informantes del beisbol organizado no tardó en envolverlo. “En
junior ya le ponían los radares durante los juegos”, aporta Pinto. Mauro Zerpa,
un sabueso de prospectos, se interesó no solo en sus condiciones naturales,
sino en su actitud. “Me llamó la atención su disciplina. Era bien organizado”,
relata. “Tenía pasión por el juego, muy difícil de ver a los 14 años de edad. Y
también había atleticidad y naturalidad en el brazo. Era un atleta en todos los
sentidos, con un cuerpo vivo. Uno busca que
las muñecas sean sueltas porque eso le va a permitir al muchacho darle más
movimiento a los envíos quebrados. Por eso tenía una curva muy viva y una recta con movimiento. Tenía dos, tres
buenos envíos secundarios, resistencia y comando”.
Freddy
Torres, el padre del grandeliga de los Rays de Tampa Alex Torres, también lo
vio y le pasó la novedad a Juan Gómez, quien a mediados de los noventa se
desempeñaba como scout de los Indios de Cleveland en el estratégico
corredor Carabobo-Aragua, el mayor yacimiento de talento beisbolero en
el país. Gómez, a su vez, llamó a Puerto La Cruz para enterar a su jefe, el ex
lanzador bigleaguer Luis Aponte, coordinador de cazatalentos de la tribu.
“Tenía
16 años de edad y lanzaba la recta a 80-81 millas. También tiraba sinker,
cambio y curva”, enumera Gómez, que
sigue formando peloteros en el sur de Valencia.
“Empezamos a trabajar con él la parte física en el estadio José Guido
Lara, el C810. Tenía mucha voluntad, se comía el campo. Lanzaba largo dos veces
por semana, hacía pesas. Subimos el
ángulo del brazo y las millas subieron a
85-86. Ahí fue cuando llamé a Luis Aponte. Tenía un brazo suelto, de esos que salen con
flexibilidad, con buena extensión, sin palanquear, es decir, sin doble movimiento”. Gómez se lo llevó a San Felipe, donde
funcionaba uno de los semilleros de Cleveland en el país, para mostrárselo a su
superior.
A
Aponte le gustó desde que lo vio tirar pelotas en el estadio Yaracuy. “Llamaba la atención la potencia del brazo y
la actitud para aprender”, expone Aponte. “Era muy espigado a los 16 años de
edad. Tenía recta promedio, sobre 90.
Buen cambio y buena actitud. Tenía una curva que luego no desarrolló. La
proyección que se hizo de él fue para cuarto o quinto abridor en Grandes
Ligas. Nunca le hice saber que lo veía
como cerrador, a pesar de que mi íntimo deseo es que lo fuera, por mi vivencia
personal como cerrador”. Aponte terminó firmándolo por 30 mil dólares. “Es uno
de los peloteros a los que les he dado más dinero”, asegura el ex lanzador, que
también captó a Mujica para Caribes de Oriente en la Liga Venezolana de Beisbol
Profesional. Hilmer, el eterno compañero de Mujica, también se uniformó de
Indio. Los dos se mudaron a San Felipe para empezar a nadar río arriba en pos
de las Grandes Ligas. Era julio de 2001.
Sin “romper querfin”
Hilmer
y Edward debieron someterse a la draconiana disciplina de la academia de los
Indios en San Felipe. Aquello era de la residencia al estadio y del estadio a
la residencia. No se podía llegar después de las ocho de la noche. Quien lo
hiciera, pagaba una multa de entre diez y veinte dólares. Una que otra vez iban a bañarse en la piscina
del Hogar Hispano, a una cuadra de la casa, o se sentaban a hablar en la Plaza
Bolívar de la capital yaracuyana. Cuando recibían licencia, el hermano mayor de
Mujica lo iba a buscar desde Valencia con el Fiat Palio amarillo mostaza modelo
2002 que Edward compró de agencia con los 30 mil dólares del bono de los Indios.
Fue su primer carro, en él aprendió a
manejar en la soledad de la autopista centro occidental Rafael Caldera.
“Las
reglas eran severas”, afirma Hilmer. En
esa etapa dura de la academia, Mujica mostró la misma disciplina y tesón que le
admiraba El Loro Pinto cuando a los 14 años se levantaba temprano a trabajar
“con mucho esmero y dedicación a su cuestión”, y que a Gómez le impresionó cuando lo exprimía en el campo C810. “Era muy disciplinado, trabajador. Rara vez
rompía ‘querfin’, o sea, llegaba después de la hora”, destaca el eterno
compañero y “roommate” de Edward.
Mujica,
no obstante, mantenía su característico buen humor, que desde el beisbol menor
lo llevaba a cantar y bailar sin complejos. “Era muy carismático, siempre se inventaba
algo”, retrocede en el tiempo Hilmer.
“Veíamos TV y de repente aparecía él con una peluca y bailaba como
Michael Jackson. Siempre andaba con la chercha, como decimos nosotros. Y lo
otro que también hacía, y que sigue
haciendo, es celebrar los triunfos con un gesto característico con su catcher.
No era así, de esas celebraciones como desafiando a los demás”. Mujica, aseguran quienes lo conocieron en su infancia,
nunca fue de desplantes. “Era humilde,
sencillo, unido con sus compañeros, calladito, sumiso, con respeto al contrario,
aunque alegre”, detalla “El Loro” Pinto, uno de sus primeros entrenadores. “En un juego de prejunior dejó el partido
ganando y se lo botaron. No fuimos al Nacional. Lloró. Pero no mostró rabia
hacia su compañero”.
El “Navigueitor” y el
“changiator”
Precisamente
por esa jovialidad, a Mujica le gustaba ponerle nombres a sus pitcheos. El
cambio de velocidad no era el cambio, era el “changiator”. Y la curva no era la
curva, era la “navigueitor”. “En 2003,
en la única liga paralela que jugó, abrió contra nosotros en la final”, narra
Hilmer Acosta. “Él estaba con Caribes y yo con Cleveland, que tenía su equipo
propio en la paralela. Nos decía,
echando broma: ‘mañana les toca la navigueitor’. Domingo Vásquez, que era su
compadre, de Yagua, se la sacó y empezó a chalequearlo: ‘¿qué pasó con la
navigueitor?’”.
Mujica
avanzó rápido dentro del sistema. Jugó una sola paralela y apenas disputó una
temporada de la Venezuelan Summer League. Estaba para cosas más grandes.
Rápidamente fue llevado a Estados Unidos, donde su crecimiento en las menores
lo elevó a Grandes Ligas en 2006, un lustro después de su firma. Como buen
alumno, se graduó en cinco años, a los 22 abriles. Hilmer no pudo acompañarlo
hasta allá, porque lo dejaron libre al poco tiempo de firmar. Pero lejos de
envidiar a su amigo, lo admira. Y está pendiente siempre de lo que hace su
pana, “El Muji”, que cambió la navigueitor y el changiator por un pitcheo que
nadie conoce, y que pocos batean. Mujica, el pitcher, se ha agrandado. Edward,
el humano, sigue viniendo todos los años a Venezuela a verse con sus antiguos
amigos, los de la Heinz, los de Springs, los de la Owens Illinois. Ahora son sus
sobrinos los que le siguen sus pasos de salvador de Cardenales.
RECUADRO
Catcher:
un futurible
Por
su tamaño, fuerza al batear y potencia del brazo, hubo quienes vieron en Edward
Mujica un catcher en potencia. “Cuando quechaba en beisbol menor su brazo era
respetado”, sostiene Héctor Pinto, que fue uno de sus maestros “de primeras
letras” en beisbol. De hecho, Félix Olivo, de cuya academia de formación de
peloteros han salido valores como Jesús Montero, quería prepararlo como
receptor. “Tenía un brazo fuerte para la
edad y estuvo en mi academia como catcher”, dice Olivo. “Hacía 1.85 segundos en
los tiros de home a segunda, más rápido que el promedio. Y bateaba bien, pero
tuvo una fuerte sinusitis, lo tuvieron que operar y cuando volvió no era el
mismo. Luego supe que lo firmaron como pitcher”. Mauro Zerpa, quien fue el que
le habló a Olivo de Edward Mujica, recuerda cómo Mujica siempre estuvo claro
sobre su vocación. “Una vez me dijo: ‘yo creo que puedo ser grandeliga como
pitcher’. Sin duda, tomó la decisión correcta”.
RECUADRO
2
No
salió de la nada
Edward
Mujica fue construyendo su asfaltado hacia las Grandes Ligas. En el camino
desechó la curva (la “navigueitor”) y en cambio perfeccionó otros envíos
rompientes. “Cuando estuvo con los
Padres de San Diego mejoró su slider y su cambio”, comenta Ifraín Linares,
scout de los clérigos y que trabajó con Mujica como técnico de los Navegantes
del Magallanes, club al que pertenece actualmente luego de que Caribes de
Anzoátegui (antes de Oriente) lo cambiara en la temporada 2008-2009 por el
pitcher Miguel Piñango y el infielder Richard Paz.
“Es
un tipo que siempre ha tirado strikes, que se montaba sobre los bateadores, y
que si bien no tiene una lisa de 98 millas por hora, cuenta con un recta que
tiene vida al final, que hace como una cola”, explica Linares. “Pero no tenía
pitcheos para finalizar, que engañaran. Le costaba un poco más de la cuenta.
Sus pitcheos secundarios no eran malos, pero tampoco suficientes. El slider lo
ha dominado. Antes se movía como de 3 a 8 en las agujas del reloj, era más
slurve que slider y comenzaba a moverse temprano y se iba mucho de la zona.
Ahora va como de 12 a 7. Tiene confianza para lanzar esos pitcheos en cualquier
conteo”.
¿Pero
qué es ese pitcheo que nadie ha podido clasificar, pero que igual saca outs a
diestra y siniestra? “Él se defiende con
una especie de tenedor que no es la normal”, subraya Luis Aponte, que lo firmó
para el profesional. “Es una mezcla con recta de dedos separados, da la idea de
que viene por la zona. Ha logrado controlar ese pitcheo que rompe violentamente
del medio hacia afuera. Él es, guardando las distancias, como un Mariano Rivera, porque se defiende
con un solo pitcheo: esa recta de dedos separados que hace daño a pesar de que el
bateador sabe que viene”.
RECUADRO
3
Yagua:
el origen
Yagua
es invisible a la distancia. Se protege tras un cortinaje de mangos y samanes que
la mantienen oculta a los viajeros. Desde la variante que lleva su nombre no se
la ve, se la intuye. Llave de paso desde el occidente a la Autopista Regional
del Centro, la aorta del tráfico automotor venezolano, esta población en planta baja pasa desapercibida. Así, introvertida, imperceptible
al sonar, transcurría la carrera de Edward Mujica, un hijo suyo que se hizo
grandeliga. Hasta que este año se convirtió en el salvador de los Cardenales, ni más ni menos.
“Ah,
ese es el hijo de Olga”, asegura un lugareño cuando se le pregunta por Edward.
“Los papás de él viven ahí, frente a El Cabrito”. Yagua es una población en
planta baja donde las construcciones de
dos pisos escasean y las de tres casi ni existen. Los árboles son más altos que
los edificios. La casa natal de Mujica, ubicada justo en la avenida principal,
tiene cerca todo lo que se necesita: ferretería, carnicería, panadería. Solo
hay que cruzar la calle. En la panadería trabaja uno de sus sobrinos, para
quien el grandeliga, “es una persona chévere, que todos los años viene para
Yagua”.
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