lunes, 17 de junio de 2013

Edward Mujica: El Cardenal de Yagua


Carlos Valmore Rodríguez

Edward Mujica  aprendió a lanzar antes que a escribir y a ponchar antes que a leer. A los cinco años de edad escalaba montículos entre los matorrales de Yagua, su pueblo natal. Le metieron por los ojos un peto y una careta y el muchacho carabobeño los arrojó lejos de sí. Le susurraron al oído que podía hacerse catcher y desoyó. Tentado en su juventud para recibir envíos, su vocación era hacerlos. Privilegiado, fue lo que siempre quiso ser: pitcher.

Como pitcher firmó como pelotero profesional, como pitcher llegó a las Grandes Ligas. Como pitcher está triunfando en las mayores. Era su destino.  Vocación, le llaman a eso.

Hilmer Acosta se sabe la historia completa. Él y Mujica jugaron juntos desde compotica hasta juvenil y saltaron al mismo tiempo  hacia el campo rentado con los Indios de Cleveland. El padre de Acosta, Freddy, fue uno de los primeros entrenadores del cerrador de los Cardenales de San Luis, que lleva 19 salvados en igual cantidad de intentos y está por hacerse el sexto venezolano en rescatar al menos veinte partidos en una contienda de la gran carpa.

Hilmer y Edward  empezaron en la escuela de beisbol de la empresa de alimentos  Heinz  ubicada en  San Joaquín, estado Carabobo. A Mujica lo llevó su papá, Omar, un mecánico de mantenimiento que trabajaba en la planta de cauchos Pirelli en Guacara y a quien el deporte no le era ajeno, pues fue ciclista amateur. Cuando llegaron a la categoría infantil (diez años de edad) Javier Flores, padre de uno de los compañeritos de Mujica, decidió crear su propio equipo de pelota, los Springs, bautizado así en honor a la tienda de auto repuestos que Flores regentaba en el Big Low Center de Valencia. “La mamá de Omar, Olga, que era costurera y ama de casa, nos hacía las eslayeras (prenda que sostiene la copa que se usa en el beisbol para proteger los genitales). Así colaboraba con nosotros”, rememora Hilmer Acosta.    

Campeón desde chiquito

Cuando apenas jugaba la categoría En infantil, Edward  logró el primer título de su carrera como beisbolista: campeón nacional, conquistado en el estadio Independencia de Puerto Cabello.  “Fue campeón pitcher, campeón ponches, campeón en efectividad, campeón en juegos ganados. Lanzó en siete juegos y ganó los siete”, recuerda Héctor Pinto, “El Loro”, uno de sus entrenadores.  “La velocidad era endemoniada. A los diez años le dije que se perdía de vista”.  Freddy Acosta, su piloto en aquella justa y que lo conocía desde niño, notó rápidamente que el yagüero había nacido con aptitudes especiales. “Generalmente en las categorías menores los mánagers dirigen los lanzamientos de los pitchers. Pero él le decía a uno: ‘déjame solo’. Además, sobresalía por su tamaño y su buena velocidad. Por eso era el lanzador de los partidos importantes”,  refiere Acosta. De paso, ya mostraba un rasgo distintivo de Mujica hasta el presente: el control. “Donde se la pedían, allí la ponía. Siempre estaba montado y tenía buen comando. Era un lanzador. No un tirapiedras”, cuenta Acosta. “Nunca fue bolero”, reitera “El Loro”.

Cuando Mujica pasó a prejunior cambió de divisa. Ahora formaba parte de la escuela de beisbol que creó Henry Quiroz en la embotelladora de la  Owens Illinois situada en Los Guayos, estado Carabobo. Eso fue hacia los años 1994-1995.  “Allí también quedó campeón”, advierte Pinto. “Lo hizo como refuerzo”, precisa Hilmer Acosta. “Se lo llevó el equipo de Los Primos, que era nuestro archirrival”. En junior, su repertorio ya había crecido.   “Tenía una bola de tenedor y como los umpires no sabían qué era  no se la podían prohibir”, comenta “El Loro” Pinto.  “También lanzaba slider, sinker. Era un pitcher muy inteligente. Sabía lo que hacía”.

“Eso de inventarse lanzamientos, como está pasando ahorita en Grandes Ligas, siempre lo hizo él”, refiere Hilmer Acosta.  “Tiraba un split finger, que nadie la lanzaba en junior. Tenía la ventaja de que sus manos y dedos eran muy grandes.  Metía la pelota entre los  dedos y hacía lo que quería con ella”.

Hacia el profesional

La tupida maraña de informantes del beisbol organizado no tardó en envolverlo. “En junior ya le ponían los radares durante los juegos”, aporta Pinto. Mauro Zerpa, un sabueso de prospectos, se interesó no solo en sus condiciones naturales, sino en su actitud. “Me llamó la atención su disciplina. Era bien organizado”, relata. “Tenía pasión por el juego, muy difícil de ver a los 14 años de edad. Y también había atleticidad y naturalidad en el brazo. Era un atleta en todos los sentidos, con un cuerpo vivo.  Uno busca que las muñecas sean sueltas porque eso le va a permitir al muchacho darle más movimiento a los envíos quebrados. Por eso tenía una curva muy viva y  una recta con movimiento. Tenía dos, tres buenos envíos secundarios, resistencia y comando”. 

Freddy Torres, el padre del grandeliga de los Rays de Tampa Alex Torres, también lo vio y le pasó la novedad a Juan Gómez, quien a mediados de los noventa se desempeñaba como scout de los Indios de Cleveland en el estratégico corredor  Carabobo-Aragua,  el mayor yacimiento de talento beisbolero en el país. Gómez, a su vez, llamó a Puerto La Cruz para enterar a su jefe, el ex lanzador bigleaguer Luis Aponte, coordinador de cazatalentos de la tribu. 

“Tenía 16 años de edad y lanzaba la recta a 80-81 millas. También tiraba sinker, cambio y curva”,  enumera Gómez, que sigue formando peloteros en el sur de Valencia.  “Empezamos a trabajar con él la parte física en el estadio José Guido Lara, el C810. Tenía mucha voluntad, se comía el campo. Lanzaba largo dos veces por semana,  hacía pesas. Subimos el ángulo del brazo y  las millas subieron a 85-86. Ahí fue cuando llamé a Luis Aponte.  Tenía un brazo suelto, de esos que salen con flexibilidad, con buena extensión, sin palanquear, es decir, sin  doble movimiento”.  Gómez se lo llevó a San Felipe, donde funcionaba uno de los semilleros de Cleveland en el país, para mostrárselo a su superior.  

A Aponte le gustó desde que lo vio tirar pelotas en el estadio Yaracuy.  “Llamaba la atención la potencia del brazo y la actitud para aprender”, expone Aponte. “Era muy espigado a los 16 años de edad.  Tenía recta promedio, sobre 90. Buen cambio y buena actitud. Tenía una curva que luego no desarrolló. La proyección que se hizo de él fue para cuarto o quinto abridor en Grandes Ligas.  Nunca le hice saber que lo veía como cerrador, a pesar de que mi íntimo deseo es que lo fuera, por mi vivencia personal como cerrador”. Aponte terminó firmándolo por 30 mil dólares. “Es uno de los peloteros a los que les he dado más dinero”, asegura el ex lanzador, que también captó a Mujica para Caribes de Oriente en la Liga Venezolana de Beisbol Profesional. Hilmer, el eterno compañero de Mujica, también se uniformó de Indio. Los dos se mudaron a San Felipe para empezar a nadar río arriba en pos de las Grandes Ligas.  Era julio de 2001.

Sin “romper querfin”

Hilmer y Edward debieron someterse a la draconiana disciplina de la academia de los Indios en San Felipe. Aquello era de la residencia al estadio y del estadio a la residencia. No se podía llegar después de las ocho de la noche. Quien lo hiciera, pagaba una multa de entre diez y veinte dólares.  Una que otra vez iban a bañarse en la piscina del Hogar Hispano, a una cuadra de la casa, o se sentaban a hablar en la Plaza Bolívar de la capital yaracuyana. Cuando recibían licencia, el hermano mayor de Mujica lo iba a buscar desde Valencia con el Fiat Palio amarillo mostaza modelo 2002 que Edward compró de agencia con los 30 mil dólares del bono de los Indios. Fue su primer carro, en él  aprendió a manejar en la soledad de la autopista centro occidental Rafael Caldera. 

“Las reglas eran severas”, afirma Hilmer.  En esa etapa dura de la academia, Mujica mostró la misma disciplina y tesón que le admiraba El Loro Pinto cuando a los 14 años se levantaba temprano a trabajar “con mucho esmero y dedicación a su cuestión”, y que a Gómez le impresionó  cuando lo exprimía en el campo C810.  “Era muy disciplinado, trabajador. Rara vez rompía ‘querfin’, o sea, llegaba después de la hora”, destaca el eterno compañero y “roommate” de Edward.  

Mujica, no obstante, mantenía su característico buen humor, que desde el beisbol menor lo llevaba a cantar y bailar sin complejos.  “Era muy carismático, siempre se inventaba algo”, retrocede en el tiempo Hilmer.  “Veíamos TV y de repente aparecía él con una peluca y bailaba como Michael Jackson. Siempre andaba con la chercha, como decimos nosotros. Y lo otro que también hacía,  y que sigue haciendo, es celebrar los triunfos con un gesto característico con su catcher. No era así, de esas celebraciones como desafiando a los demás”.  Mujica, aseguran quienes lo conocieron en su infancia, nunca fue de desplantes.  “Era humilde, sencillo, unido con sus compañeros, calladito, sumiso, con respeto al contrario, aunque alegre”, detalla “El Loro” Pinto, uno de sus primeros entrenadores.  “En un juego de prejunior dejó el partido ganando y se lo botaron. No fuimos al Nacional. Lloró. Pero no mostró rabia hacia su compañero”.

El “Navigueitor” y el “changiator”    

Precisamente por esa jovialidad, a Mujica le gustaba ponerle nombres a sus pitcheos. El cambio de velocidad no era el cambio, era el “changiator”. Y la curva no era la curva, era la “navigueitor”.  “En 2003, en la única liga paralela que jugó, abrió contra nosotros en la final”, narra Hilmer Acosta. “Él estaba con Caribes y yo con Cleveland, que tenía su equipo propio en la paralela.  Nos decía, echando broma: ‘mañana les toca la navigueitor’. Domingo Vásquez, que era su compadre, de Yagua, se la sacó y empezó a chalequearlo: ‘¿qué pasó con la navigueitor?’”.

Mujica avanzó rápido dentro del sistema. Jugó una sola paralela y apenas disputó una temporada de la Venezuelan Summer League. Estaba para cosas más grandes. Rápidamente fue llevado a Estados Unidos, donde su crecimiento en las menores lo elevó a Grandes Ligas en 2006, un lustro después de su firma. Como buen alumno, se graduó en cinco años, a los 22 abriles. Hilmer no pudo acompañarlo hasta allá, porque lo dejaron libre al poco tiempo de firmar. Pero lejos de envidiar a su amigo, lo admira. Y está pendiente siempre de lo que hace su pana, “El Muji”, que cambió la navigueitor y el changiator por un pitcheo que nadie conoce, y que pocos batean. Mujica, el pitcher, se ha agrandado. Edward, el humano, sigue viniendo todos los años a Venezuela a verse con sus antiguos amigos, los de la Heinz, los de Springs, los de la Owens Illinois. Ahora son sus sobrinos los que le siguen sus pasos de salvador de Cardenales.

 

RECUADRO

Catcher: un futurible

Por su tamaño, fuerza al batear y potencia del brazo, hubo quienes vieron en Edward Mujica un catcher en potencia. “Cuando quechaba en beisbol menor su brazo era respetado”, sostiene Héctor Pinto, que fue uno de sus maestros “de primeras letras” en beisbol. De hecho, Félix Olivo, de cuya academia de formación de peloteros han salido valores como Jesús Montero, quería prepararlo como receptor.  “Tenía un brazo fuerte para la edad y estuvo en mi academia como catcher”, dice Olivo. “Hacía 1.85 segundos en los tiros de home a segunda, más rápido que el promedio. Y bateaba bien, pero tuvo una fuerte sinusitis, lo tuvieron que operar y cuando volvió no era el mismo. Luego supe que lo firmaron como pitcher”. Mauro Zerpa, quien fue el que le habló a Olivo de Edward Mujica, recuerda cómo Mujica siempre estuvo claro sobre su vocación. “Una vez me dijo: ‘yo creo que puedo ser grandeliga como pitcher’. Sin duda, tomó la decisión correcta”.    

RECUADRO 2

No salió de la nada

Edward Mujica fue construyendo su asfaltado hacia las Grandes Ligas. En el camino desechó la curva (la “navigueitor”) y en cambio perfeccionó otros envíos rompientes.  “Cuando estuvo con los Padres de San Diego mejoró su slider y su cambio”, comenta Ifraín Linares, scout de los clérigos y que trabajó con Mujica como técnico de los Navegantes del Magallanes, club al que pertenece actualmente luego de que Caribes de Anzoátegui (antes de Oriente) lo cambiara en la temporada 2008-2009 por el pitcher Miguel Piñango y el infielder Richard Paz. 

“Es un tipo que siempre ha tirado strikes, que se montaba sobre los bateadores, y que si bien no tiene una lisa de 98 millas por hora, cuenta con un recta que tiene vida al final, que hace como una cola”, explica Linares. “Pero no tenía pitcheos para finalizar, que engañaran. Le costaba un poco más de la cuenta. Sus pitcheos secundarios no eran malos, pero tampoco suficientes. El slider lo ha dominado. Antes se movía como de 3 a 8 en las agujas del reloj, era más slurve que slider y comenzaba a moverse temprano y se iba mucho de la zona. Ahora va como de 12 a 7. Tiene confianza para lanzar esos pitcheos en cualquier conteo”.

¿Pero qué es ese pitcheo que nadie ha podido clasificar, pero que igual saca outs a diestra y siniestra?  “Él se defiende con una especie de tenedor que no es la normal”, subraya Luis Aponte, que lo firmó para el profesional. “Es una mezcla con recta de dedos separados, da la idea de que viene por la zona. Ha logrado controlar ese pitcheo que rompe violentamente del medio hacia afuera. Él es, guardando las distancias,  como un Mariano Rivera, porque se defiende con un solo pitcheo: esa recta de dedos separados que hace daño a pesar de que el bateador sabe que viene”.

RECUADRO 3

Yagua: el origen

Yagua es invisible a la distancia. Se protege tras un cortinaje de mangos y samanes que la mantienen oculta a los viajeros. Desde la variante que lleva su nombre no se la ve, se la intuye. Llave de paso desde el occidente a la Autopista Regional del Centro, la aorta del tráfico automotor venezolano,  esta población en planta baja  pasa desapercibida. Así, introvertida, imperceptible al sonar, transcurría la carrera de Edward Mujica, un hijo suyo que se hizo grandeliga. Hasta que este año se convirtió en el salvador de los  Cardenales, ni más ni menos.    

“Ah, ese es el hijo de Olga”, asegura un lugareño cuando se le pregunta por Edward. “Los papás de él viven ahí, frente a El Cabrito”. Yagua es una población en planta baja  donde las construcciones de dos pisos escasean y las de tres casi ni existen. Los árboles son más altos que los edificios. La casa natal de Mujica, ubicada justo en la avenida principal, tiene cerca todo lo que se necesita: ferretería, carnicería, panadería. Solo hay que cruzar la calle. En la panadería trabaja uno de sus sobrinos, para quien el grandeliga, “es una persona chévere, que todos los años viene para Yagua”.

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