Carlos Valmore Rodríguez
Esta mañana vi por televisión a la sufriente madre de Noel
Rodríguez, estudiante asesinado en los años setenta por los organismos de
seguridad de la IV República y cuya osamenta acaba de aparecer. Y no pude evitar
asociarla con el duelo silente de Vestalia Sequera, que lleva 41 años llorando
por dentro la muerte de su hijo Henry Valmore Rodríguez Sequera a manos de la Policía Metropolitana.
“Pepe”, como todos conocían a Henry, falleció por asfixia
mecánica tras ser detenido cerca de la plaza Las Tres Gracias de Caracas
durante una manifestación estudiantil en la Universidad Central de Venezuela. Transcurría
abril de 1972. Varios testigos declararon a la prensa que el estudiante de
química, de 20 años de edad, no estaba involucrado en la protesta y caminaba
con sus libros al momento de ser apresado. A sus familiares se les dijo que el
joven pereció aplastado por una estampida. Pero su hermano, al identificar el
cuerpo, vio marcas de las uñas de sus victimarios cuando las clavaron en el
rostro del infortunado ucevista yaracuyano. Claro que fue una estampida, de
barbarie y de maldad. “Su crimen quedó impune”, se podía leer en la lápida
original que cubría su tumba en el cementerio viejo de San Felipe.
Que Vestalia Sequera sea mi abuela, Henry Valmore Rodríguez
mi tío y mi padre el hermano que reclamó el cadáver no es el asunto acá, sino
la gran paradoja encerrada en que personas como Pepe y Noel Rodríguez murieran
por la acción ilegal de personas a las cuales la República encomendó sus armas
para que defendieran la ley y, sobre todo, a las personas. Un trágico contrasentido que no ha
desaparecido en 14 años de V República.
A Evangelina Carrizo, dirigente de AD en Zulia, la mataron
por la espalda el 5 de marzo de 2004 mientras un pelotón de la Guardia Nacional
dispersaba una manifestación opositora en Machiques. Las investigaciones
apuntaron hacia un uniformado de la GN, pero no ha habido castigo, pese a que
el crimen fue capturado en video. Su familia también solloza por Evangelina, como
las madres de Noel y Pepe por sus hijos. Ella también merece un desagravio de
la Asamblea Nacional. Fueron policías quienes segaron la vida de la hija del
cónsul chileno en Maracaibo y también los que perpetraron la masacre de Kennedy.
Esas lágrimas aún están frescas, todavía caen por las mejillas de sus deudos. En sus tumbas no puede haber el mismo
epitafio que distingue a la de Henry Valmore Rodríguez.
¿Hasta cuándo pasará esto? ¿Debemos resignarnos como
sociedad a que nuestros protectores pueden ser nuestros verdugos? ¿Así será en
la VI República también? Porque, al parecer, el ordinal no hace la diferencia.
Qué tristeza constatar que habrá más Senaidas de Rodríguez y otras Vestalias
Sequera, que recibieron dolor de quienes debían ser para ellas garantes de paz
y centinelas de justicia. Y no estamos contando a tantas madres, tantos hijos,
tantos esposos y esposas que entierran amores por la incapacidad de los agentes
de orden para combatir el crimen. Es que se hace cada vez más difícil
enumerarlos. Así no puede ser Venezuela. Qué pena que lo sea, y peor, que vaya a
seguirlo siendo. Mientras no cese esa cultura de represión e impunidad, Noel Rodríguez no podrá descansar en paz.
Estimado Carlos Valmore, dolorosamente años separan los hechos que nos narras y nos encontramos frente a un protagonista y un sujeto pasivo común, el Estado no garante de la vida y el ciudadano impotente, los cuales se repiten año a año. En silencio estoy segura esta historia es vivida por miles que no tuieron sibquiera voz o letra donde manifestarlo.
ResponderEliminarSerá que podremos llegar a ser una sociedad quebpermita el desarrollo pleno y en paz de sus ciudadanos? Estará esa posibilidad en nuestro futuro cercano? Saludos
Yo quisiera creer que sí, Nilza, pero siento que no es hacia allá para donde caminamos
ResponderEliminarCarlos, conocí a Pepe era un excelente amigo, colaborador, amable y respetuoso que supo ganarse el cariño de los guameños. Saludos, mis respetos.
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